Expediente 887-D-2022
PROYECTO DE DECLARACIÓN
Art. 1° - La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires conmemora a los excombatientes y caídos de la Guerra de Malvinas a 40 años del inicio de la guerra, reivindica la soberanía argentina de las Islas Malvinas, las islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur, y su espacio marítimo, que solo será posible rompiendo y repudiando al imperialismo, sus Estados, sus organizaciones militares y sus organismos financieros, que continúa provocando guerras en todo el planeta.
FUNDAMENTOS
La dictadura encabezada por Galtieri aseguraba proceder para “recuperar (...) las Islas Malvinas." Sin embargo, los motivos pasaban por otro lado. El gobierno militar enfrentaba una profunda crisis económica: quiebra de bancos y empresas, desempleo, inflación, peso asfixiante de la deuda.
En ese contexto se daba la recomposición de las luchas obreras y populares desde 1981 , como la huelga de metalmecánicos en junio a las 10 mil personas que el 7 de noviembre habían cantado que “se va a acabar la dictadura militar”. La crisis era tal, que los sectores que habían apoyado a los militares, como la UIA, Sociedad Rural, los bancos empezaban a despegarse del régimen.
Junto a ellos, los partidos de la burguesía comenzaron a preparar un recambio, que reabra la participación democrática, pero en favor de los mismos intereses económicos beneficiados con el golpe del 76. Así, se conformó la multipartidaria, entre el PJ, la UCR, y otros sectores. Pronto recibió la bendición de la Iglesia, y hasta del Partido Comunista. Todos juntos propusieron la reconciliación con los militares genocidas.
Se preparaba un cambio de régimen “controlado”. Hasta sectores de la burocracia sindical colaboracionista convocaron paros y movilizaciones. La clase obrera, muchas veces superando la contención de las burocracias, luchó y encontró un canal para manifestar su descontento.
El otro tema fundamental en una eventual transición eran los crímenes de la dictadura.
Los crecientes reclamos populares y la inclaudicable lucha de Madres de Plaza de Mayo y Familiares de Detenidos Desaparecidos, incluso bajo el régimen de hacían imposible de ocultar las desapariciones de 30 mil trabajadores y trabajadoras y los miles de presos y torturados, incluyendo a reclutas en Malvinas.
Los milicos querían garantías de impunidad y los partidos patronales estaban dispuestos a negociarlas. Pero debían derrotar la lucha popular por la aparición con vida y el castigo a los culpables.
Así, otro de los propósitos de la incursión militar en Malvinas residía en encolumnar a muchos sectores tras la dictadura decadente. Con el supuesto accionar “nacionalista”, quería imponer el “olvido” de sus crímenes y una “reconciliación” nacional, colocando en un lugar secundario “la cuestión de los desaparecidos”.
La aventura militar en Malvinas apuntaba a reconstruir un régimen que se despedazaba. A pesar de que la dictadura mostraba la guerra como el intento de recuperación de un territorio ocupado por Inglaterra, la realidad era la contraria. La acción tenía una apariencia antiimperialista, pero su proyección real era un mayor sometimiento al imperialismo.
En primer lugar, porque la dictadura genocida quería apoyarse en el imperialismo norteamericano para este “desplazamiento” del británico. Tanto es así que está documentada la oferta de instalación de bases militares yanquis en unas hipotéticas “Malvinas recuperadas”.
La colaboración de la dictadura con el imperialismo yanki no era una novedad: Argentina, por ejemplo, envió oficiales a colaborar con los Contras, la milicia financiada por los yanquis contra la revolución sandinista en Nicaragua. Era parte de una política contrarrevolucionaria organizada por el imperialismo norteamericano en toda América, como demostró el Plan Cóndor.
Los milicos soñaban con que los servicios prestados a los yankis pudieran cobrarse con algún tipo de apoyo en la guerra, lo cual desde luego no pasó. En realidad, ocurrió lo contrario: el gobierno norteamericano colaboró abiertamente con la flota inglesa durante la guerra.
En segundo lugar, la dictadura militar no tomó ninguna medida que afectara al capital británico, como la confiscación de la banca o de sus empresas. Muy por el contrario, dijo que “estaría dispuesto a ofrecer a la British Petroleum y otras empresas británicas una participación en la explotación de los recursos en la región, lo mismo que facilidades para su flota.
La derrota de Thatcher y Reagan habría sido un hecho antiimperialista de relieve, favorable a las masas de todo el mundo. Lo demuestra que la victoria imperialista en la guerra rescató a un gobierno en profunda crisis -el de Thatcher- que salió reforzado para emprender una brutal ofensiva contra los trabajadores de su país, como la derrota de la gran huelga minera y las privatizaciones posteriores.
Pero la dictadura genocida no tenía ningún interés en enfrentarlos de verdad. En ningún momento del desarrollo de la guerra se dejó de pagar la deuda externa; nunca se organizó boicot económico contra los intereses del imperialismo y hasta se siguió subsidiando a sus empresas.
Hay un discurso muy difundido según el cual “todo el mundo apoyó la ocupación de las Malvinas por parte de la dictadura”. ¿Es verdad que “la sociedad así lo quiso”? Hay que ponerle nombre y apellido a ese “apoyo”: en primer lugar, los principales partidos políticos del sistema, como la UCR y el PJ.
La Iglesia también fue contundente en su adhesión. La burocracia sindical y las cámaras empresariales se encolumnaron tras la iniciativa de Galtieri.
El 6 de abril de 1982, cuando la Junta Militar organizó en Malvinas el acto de asunción del gobernador designado (general Mario Benjamín Menéndez), viajó una delegación que incluía a dirigentes del PJ, la UCR y otros partidos; los presidentes de la Sociedad Rural y la UIA; jerarcas de la Iglesia. También la burocracia sindical aportó una nutrida delegación, con Ubaldini y Triaca, entre otros. Junto a ellos participó ni más ni menos que Jorge Rafael Videla.
Luego, el 10 de abril, tuvo lugar una convocatoria en Plaza de Mayo por parte de estas fuerzas sociales.
Hubo, sin embargo, voces alternativas. El 4 de abril, el periódico antecesor de Prensa Obrera rechazaba la acción de la dictadura. Además, decía: "Cualesquiera sean las derivaciones de la crisis internacional como resultado de las contradicciones y alianzas entre yanquis e ingleses y entre la dictadura y ambos, la ocupación de las Malvinas no es parte de una política de liberación e independencia nacionales, sino un simulacro de soberanía nacional, porque se limita a lo territorial mientras su contenido social sigue siendo proimperialista”.
Este rechazo al accionar de la dictadura y la denuncia a las fuerzas burguesas no se confundía con neutralidad alguna si la guerra de Malvinas contra Inglaterra efectivamente se desarrollaba: “no por patrioterismo, sino por autentico antiimperialismo planteamos: ‘guerra a muerte, guerra revolucionaria al imperialismo’”. Esta tarea, sin embargo, está reservada para una lucha masiva dirigida por la clase obrera y no para una dictadura de torturadores entregados a los compromisos con el imperialismo.
La crisis económica que afrontaba el régimen de facto era generalizada antes de la guerra. Entre 1980 y 1981, los conflictos obreros se multiplicaron por tres en relación con los primeros años de la dictadura. La desocupación y subocupación habían pasado de un 9,2 a un 12,7 por ciento y el salario real había descendido un 40 por ciento respecto de 1974.
A mediados de 1981, distintas plantas mecánicas se habían movilizado frente a un reguero de cierres y suspensiones, lo que llevó a una huelga general el 17 de junio y a la detención en masa de más de mil trabajadores frente a la sede del Smata.
Por primera vez, la clase obrera le disputó las calles a la dictadura en base a la presencia organizada de columnas fabriles.
El carácter creciente de este proceso tuvo su momento emblemático en la gran movilización obrera del 30 de marzo de 1982, “la mayor movilización obrera bajo la dictadura”.
En esa jornada decenas de miles de trabajadores pelearon cuerpo a cuerpo con las fuerzas represivas y marcaron un antes y después.
De palabra, todos los gobiernos desde 1983 a la fecha dijeron “reivindicar el reclamo de soberanía en Malvinas”. Más allá de las diferencias de estilo de cada gobierno, ninguno planteó un choque en serio con el imperialismo. Raúl Alfonsín, de hecho, logró la bendición temprana del imperialismo con su rechazo a la ocupación de Malvinas.
Es cierto que algunos llegaron al colmo del cipayismo, como Menem reivindicando las relaciones “carnales” (sic) con el imperialismo y la política de “seducción” hacia los kelpers (la población implantada por el imperio británico en las islas), que incluyó el ridículo envío de “regalos” por parte del canciller Di Tella.
O, más recientemente, con Patricia Bulrrich al proponer la cesión de soberanía respecto de Malvinas en una negociación con Pfizer. Macri, acorde a su línea rabiosamente proimperialista, firmó acuerdos con nuevas concesiones.
Pero incluso gobiernos como el de Nestor o Cristina Kirchner no pasaron de declaraciones. Mientras que la depredación de los recursos petroleros y pesqueros por parte de los británicos nunca se detuvo.
A la par, continuaron en la colaboración con los crímenes imperiales en el continente, como el envío de tropas argentinas como fuerza de ocupación a Haití, o las misiones de entrenamiento conjunto.
En el caso de Malvinas, es claro que se trató de un acto de rapiña por parte de una potencia, Inglaterra, que se apoderó de un lejano territorio en la primera mitad del siglo XIX, obteniendo ventajas económicas y militares que se proyectan hasta el día de hoy. Para nuestro país es, entonces, una genuina reivindicación.
Por eso, reivindicamos la movilización del pueblo argentino, que en tiempo real dio muestras de solidaridad emocionantes, con donaciones, comités de apoyo. También al respecto de esto hay crímenes impunes, porque la dictadura era tan descompuesta que se robó hasta lo recolectado en los festivales. Indudablemente, también reivindicamos el honor y la memoria de los soldados caídos.
Las y los socialistas abogamos por la unidad internacional de lxs trabajadorxs, lo cual incluye la lucha a muerte contra el imperialismo, que es un factor fundamental de opresión.
La experiencia histórica es concluyente: la dictadura genocida, con sus métodos de terror contra las masas y de completa sumisión al imperialismo, era incapaz de desarrollar una lucha nacional. Luego, los gobiernos democráticos cambiaron metodologías, pero no el hilo conductor: sostener la dependencia colonial en todas sus formas, que hoy, con el enésimo acuerdo con el FMI, vivimos en forma dramática.
Todos los gobiernos mantuvieron buena parte de la legislación creada en dictadura hasta el día de hoy. También pagaron la deuda usuraria, que tuvo un salto en calidad con la estatización de la deuda privada que organizó la dictadura y ningún gobierno posterior repudió.
La clase social que bancó a esos gobiernos tiene nombre y apellido (burguesía nacional, de la UIA, la Sociedad Rural y la banca) y está unida por mil lazos y conveniencias con el imperialismo.
Por eso, la soberanía argentina de Malvinas solo será posible en una lucha real, con otros métodos y con otra clase, que ponga en pie gobiernos de trabajadores y trabajadoras y de las mayorías populares para expulsar al imperialismo de las Islas Malvinas y de todo el continente.
Por estos motivos solicitamos la aprobación del presente proyecto.