Continuidad y vigencia histórica del leninismo-trotskismo

27 de enero de 1965 Publicado en Política Obrera N°4, marzo de 1965.

I

La inexistencia de un partido marxista revolucionario en nuestro país no es una peculiaridad nacional. Aunque el reconocimiento empírico de esto no es un hecho desconocido para la gran mayoría de los militantes obreros y de izquierda, su significación teórico-revolucionaria directa, a saber, que el fenómeno es a escala internacional y que tiene su raíz en la crisis del desarrollo del movimiento revolucionario mundial y del proletariado internacional tomado en su conjunto, no forma parte del punto de partida habitual con que se encara este problema.

El fundamento más general que explica la inexistencia de una dirección revolucionaria de la clase obrera en nuestro país se encuentra en la bancarrota sufrida por la III Internacional, por un lado, y la crisis a que están sometidos los destacamentos de vanguardia de todo el mundo, en general, y el movimiento histórico del leninismo trotskismo, en particular, por el otro. De aquí se deriva, en general, la prostitución del PC Argentino y la incapacidad de desarrollo de los grupos trotskistas. Pero este punto de partida es insuficiente. Corresponde explicar si el desarrollo histórico presente es un punto de apoyo o no para superar esta crisis y por qué. Sucintamente, el problema se plantea así: si los fundamentos históricos que llevaron a la quiebra de la III Internacional y que explican la crisis de la vanguardia han desaparecido en la etapa actual, y en qué consisten los nuevos fundamentos. La conciencia superadora de este problema es el punto de apoyo teórico para encarar la construcción práctica del partido que es, a su vez, por lo tanto, la reconstrucción de la dirección internacional.

La crisis primero y la bancarrota después de la III Internacional, organización que había sido la expresión más elevada de la fusión del marxismo revolucionario y la vanguardia obrera mundial conocida hasta el día de hoy, fue un producto del retroceso revolucionario de la primera posguerra provocado por la traición de la socialdemocracia internacional, de la burocratización del Estado Obrero Soviético que trajo aparejado este retroceso, y de la derrota de la corriente revolucionaria leninista encabezada por Trotsky, respectivamente. La bancarrota de la III Internacional se inicia con la traición a la revolución china de 1927-28, toma forma con la claudicación criminal del PC Alemán de 1932-34 y se consolida con la alianza entre la burocracia soviética y la aristocracia obrera europea mediante los frentes populares y la cristalización del carácter reformista de los PC operada en la década del ‘30. Esta alianza es el instrumento político que derrota las luchas del proletariado francés en 1936 y la revolución española del 1931/39.

La expresión teórica de esta bancarrota fue la sustitución del internacionalismo revolucionario por la concepción del “socialismo en un solo país”. Esta teoría suplantó la necesidad de la lucha revolucionaria de masas y de la conquista del poder en otros países como medio insustituible, incluso, para la defensa misma de la URSS, por la ‘solidaridad’ del proletariado internacional con la Unión Soviética y por la política de presión sobre las burguesías para que mantengan el statu quo con aquélla. De instrumento de la revolución internacional, la III Internacional se transformó en un instrumento de los objetivos chauvinistas de la burocracia.

Si este proceso pudo consumarse y atar, por medio de él, la vanguardia obrera internacional a la burocracia, fue debido a la derrota del leninismo en la URSS. Las condiciones históricas de esta derrota fueron el aislamiento del primer Estado Obrero, su atraso económico y el predominio de las capas pequeño-burguesas y campesinas en el balance político de fuerzas. La dominación de la burocracia significó el exterminio físico y moral de decenas de miles de militantes leninistas; exterminio, que aún hoy, y después del XX Congreso del PCUS, en muy escasa medida está siendo reconocido oficialmente. Este exterminio, que fue consecuencia de la derrota del trotskismo y la causa de la acentuación de esta derrota, dejó en manos de la burocracia el monopolio del prestigio que el primer Estado Obrero tenía, en una medida grandiosa, en la vanguardia obrera europea. El usufructo de este prestigio y el curso hacia la derecha que tomaba la lucha de clases en el mundo, curso determinado por la derrota del proletariado en la URSS a manos de la burocracia, en China a manos del imperialismo y la burguesía nacional y, posteriormente, en Alemania, Francia y España, fueron la base del dominio stalinista sobre el conjunto del proletariado internacional.

Esta situación no podía dejar de reflejarse en nuestro país. Un típico hecho lo demuestra y es que el PC Argentino acompañó todos, absolutamente todos, los virajes internacionales de la burocracia, e incluso se adelantó en la generalización teórica de muchas cuestiones, como por ejemplo en la de la alianza internacional de la URSS, Francia, Inglaterra y EE.UU. en favor de ‘la paz y el progreso’, generalización que no era más que la justificación ideológica de los tratados de reparto del mundo en zonas de influencia de Teherán, Yalta y Potsdam firmados por Stalin. Este seguidismo a la política de la burocracia estaba profundamente enraizado en la modificación sustancial operada en el mundo desde la crisis revolucionaria de la primera posguerra y, fundamentalmente, en la derrota de la vanguardia del proletariado internacional; es decir, el leninismo-trotskismo.

La particularidad argentina en este proceso de alcance mundial contribuyó a reforzar sus características en el plano nacional. La crisis general del capitalismo no había afectado aún la estabilidad del capitalismo nacional predominantemente agropecuario; esto habría de ocurrir a partir de 1929. Esta base de ilusoria situación privilegiada en el marco mundial se complementaba con el escaso desarrollo del proletariado industrial, tanto desde el punto de vista de su número como de su concentración, es decir, del escaso desarrollo de la influencia política y social de la clase obrera; a esto se sumaba el predominio de la clase media dependiente. Por esta prolongación aparente de la estabilidad objetiva del capitalismo en el país expresada en su coyuntural situación frente al mercado mundial, en la estructura social interior y en la significación política de ambas, la lucha de clases en nuestro país asumía, desde el ángulo de su proyección histórica, un carácter restringido y parcial. La crisis mundial de 1929, al sacudir la estructura del desarrollo capitalista tradicional, aunque introducía a la Argentina de lleno a la crisis general, no encontraba preparadas ya las condiciones políticas para la liquidación del capitalismo. Sobre este conjunto de fundamentos, el chauvinismo staliniano engarzaba en nuestro país, con las ilusiones ideológicas de la clase media, a saber, pacifismo ‘socialista’, glorificación de la democracia burguesa, nacionalismo reformista y oportunismo proimperialista. La historia del PC es, en relación con el aspecto nacional de su desarrollo, una permanente abdicación ante estas ilusiones y mojigaterías de la clase media. La Unión Democrática de 1945/46 habría de ser una de sus más típicas manifestaciones.

Este conjunto de fundamentos mundiales y nacionales que caracterizan a la década anterior a la Segunda Guerra y que arrancan del estancamiento y retroceso del alza revolucionaria de la primera posguerra, es la base histórica sobre la que se asienta la quiebra de la dirección internacional del proletariado y su degeneración en instrumento de una política chauvinista y antirrevolucionaria.

Las banderas bolcheviques de la III Internacional quedaron en manos de la Oposición Internacional de Izquierda que se convirtió por esto en el baluarte de la vanguardia revolucionaria. A pesar de su estrechez numérica y organizativa, la Oposición trotskista debe ser considerada, por la envergadura de las tareas que afrontó, por la firmeza ideológica y moral que manifestó en un momento de azote reaccionario, por la defensa del punto vista marxista revolucionario frente a todos y cada uno de los eventos internacionales y por el fin que se propuso y consiguió —mantener la llama viva del marxismo leninismo para las generaciones posteriores— debe ser considerada por esto, como un gran movimiento histórico.

Sin embargo, todas las condiciones históricas que determinaban el predominio del stalinismo sobre el proletariado mundial incidían sobre la vanguardia revolucionaria aislándola de la vanguardia obrera y, por lo tanto, de las masas. Ya la misma constitución de la Oposición Internacional se hace sobre una base estrecha desde el punto de vista organizativo y de la calidad de sus integrantes. La flor y nata de la vanguardia había sido o estaba siendo liquidada física y/o moralmente. Bajo el manto cómplice de la aristocracia obrera de los países imperialistas, la burocracia ajustaba cuentas con los oposicionistas. Y, en este curso regresivo de la lucha de clases, el trotskismo se reduce organizativamente al tiempo que agranda su figura histórica.

La autoridad moral y política de los elementos más avanzados del trotskismo, su rigor revolucionario forjado en 40 años de luchas revolucionarias —en alzas y bajas y conduciendo la más grande revolución de la época contemporánea— obraba como factor aglutinante contra las influencias desintegradoras que las condiciones históricas ejercían sobre la vanguardia en su conjunto. La importancia de la quiebra de la dirección internacional y el aislamiento de la vanguardia leninista-trotskista respecto de la vanguardia obrera, lleva necesariamente a la crisis en el seno de aquélla. El que los elementos de vanguardia del leninismo-trotskismo jugaran un rol revolucionario contra las tendencias que la crisis generaba, no los sustraía de la influencia de ésta; algunos desaciertos tácticos lo demuestran. Pero por la acción de estos cuadros de la corriente trotskista —Trotsky en primer lugar— y por la función histórica de aquélla, se templaba el elemento decisivo de las futuras victorias: la teoría revolucionaria y la experiencia histórica que la enriquecía.

De más está decir que la influencia de la vanguardia leninista-trotskista no podía dejar de ser escasa en nuestro país. Las mismas condiciones que trabajaban para darle al PC su aspecto staliniano nacional, incidían para impedir que el trotskismo superara una fase puramente embrionaria. Junto con ello se manifestaron desviaciones oportunistas tanto ante el imperialismo como ante la burguesía nacional. El marco histórico del desenvolvimiento del trotskismo en nuestro país era, por la ‘década infame’, un doble producto de la marcha de la situación mundial y de la estrechez de las condiciones nacionales.

Sin embargo, el curso hacia la derecha de la situación internacional contenía el elemento de su propia destrucción. No podemos olvidar que el curso hacia la derecha no respondía de ningún modo a una estabilización o florecimiento económico del capitalismo. Muy por el contrario. El capitalismo mundial se debatía en profundas contradicciones interiores. Estas contradicciones exigían, desde el punto de vista de la burguesía imperialista, un curso hacia la derecha de la situación que aparecía apocado por la crisis de la dirección del proletariado internacional. La pequeña burguesía, presionada por la pauperización y por las tendencias de la burguesía hacia la derecha, es decir, hacia el nazismo, viraba violentamente hacia la contrarrevolución por la incapacidad del proletariado de atraerla, siendo la razón de ello la política ultraizquierdista de la III Internacional en 1929-33. La crisis capitalista y la derrota del proletariado llevaban inevitablemente a una segunda conflagración, es decir, a una nueva y más profunda exacerbación de los conflictos de clase. Una nueva guerra era el germen antagónico que albergaba el desarrollo regresivo que había francamente adoptado la lucha de clases a partir de la masacre obrera en Shangai, por la doble acción de Chiang Kai-shek y de Stalin. La guerra, al generalizar las condiciones de la lucha de clases y al agudizar esta generalización, preparaba, por lo mismo, la agudización y generalización de la lucha revolucionaria del proletariado.

También en nuestro país la acentuación del dominio oligárquico e imperialista en la década del ‘30, motivada por la crisis de 1929/33, por la debilidad de la clase proletaria y por la traición de la política de ultraizquierda del PC (acompañando el ultraizquierdismo de Stalin conocido con el nombre de “viraje del tercer período”) llevaba en su seno el factor de su propia destrucción. La quiebra del mercado mundial modificó y amplió la orientación del desarrollo capitalista nacional y, por lo tanto, de su crisis. Mientras el país daba la sensación de ser más que nunca factoría de la oligarquía terrateniente, se operaba todo un proceso de crecimiento industrial de amplias proporciones en lo que respecta a la creación del proletariado industrial: en lo demás no modificaba el carácter semicolonial y atrasado de nuestro país.

El lector habrá observado, en el curso de este artículo, que nos referimos a las condiciones históricas, es decir, al conjunto de condiciones objetivas y subjetivas, y a la relación dialéctica entre ambas. Separar el aspecto objetivo del subjetivo, además de constituir una unilateralización metodológica, habría llevado a un profundo error de apreciación, a saber, que la bancarrota de la III Internacional y el aislamiento del leninismo-trotskismo eran un producto de las condiciones objetivas, materiales, económicas. No, esto no es así. Si la guerra aparecía como inevitable era justamente porque las premisas materiales, económicas, del socialismo estaban sobremaduras. Ya la Primera Guerra imperialista y la Revolución Soviética lo habían puesto de relieve. Por lo demás, las masas proletarias no se orientaban a la derecha sino a la izquierda; esto quedó claramente demostrado en China, 1927; en España, con el derrocamiento de la monarquía y, más tarde, con la insurrección obrera asturiana; en Francia, con las ocupaciones generales de fábricas en 1936, y aún en EE.UU., con el triunfo de la CIO y la sindicalización industrial del proletariado yanqui. Sin embargo, la socialdemocracia internacional primero y el stalinismo internacional después, socavaron y traicionaron a las masas y a la revolución. La fuerza de la socialdemocracia y del stalinismo, claro está, no caía del aire, tenían su raíz. Al estallar la Primera Guerra, el proletariado seguía a la socialdemocracia y confiaba en ella, había despertado políticamente bajo su dirección y se había educado durante 40 años en ella. Pero el pasado de la socialdemocracia no era de luchas revolucionarias sino parlamentarias. Sumado a esto, el soborno imperialista de un sector de ‘su’ clase obrera introducía una quinta columna burguesa en su desarrollo. Sobre esta base histórica, se funda el oportunismo imperialista de la II Internacional. Al sobrevenir la crisis revolucionaria en Europa, la socialdemocracia rompe con los intereses históricos del proletariado y se pasa a la burguesía. Las fracciones revolucionarias de la II Internacional en la Europa imperialista no tuvieron la capacidad de romper la hegemonía del reformismo; su escasa experiencia revolucionaria tenía en esto mucho que ver. Pero la derrota de la revolución europea aísla al Estado Obrero Soviético, es decir, lo aísla del poder del proletariado internacional. Este aislamiento es la base del predominio del campesinado y del predominio económico del atraso sobre los que se asienta la burocracia. La burocracia derrota a la dictadura proletaria; el stalinismo derrota al trotskismo. En las luchas revolucionarias anteriores a la Segunda Guerra y aún en las posteriores, las masas no tienen delante al Ieninismo-trotskismo sino al stalinismo. A pesar de su combatividad, la clase no puede improvisar en el campo de batalla una dirección distinta a la traidora, y la derrota con su secuela de desmoralización —intensa por el carácter reaccionario de la etapa— acentuaba la dependencia del proletariado hacia esta dirección. El resultado de esto último se puede apreciar en el curso de la crisis revolucionaria de la segunda posguerra.

Habíamos señalado que la guerra habría de liquidar el curso hacia la derecha; esto se verificó en su segunda mitad. Las manifestaciones de esta situación fueron: a) la derrota de Alemania por la URSS y el avance del Ejército Rojo; b) el retroceso del imperialismo japonés en China y el consiguiente vuelco de la situación revolucionaria; c) el mantenimiento y fortalecimiento de la lucha revolucionaria en Yugoslavia; d) el avance de la lucha guerrillera en Grecia, Italia y Francia.

Desde este momento y en toda la posguerra hasta 1949, la Europa imperialista se encontrará en una situación revolucionaria y se producirá el avance gigantesco de la Revolución China. En nuestro país, la guerra había producido no un debilitamiento sino un fortalecimiento de la burguesía nacional, pero se habría de producir una honda conmoción en la dinámica política de las relaciones de clase dando lugar al primer gobierno que se apoya en la dase obrera industrial, subordinándola.

Al entrar en una etapa revolucionaria que se propaga hasta Alemania, el proletariado internacional se encuentra unido al stalinismo. Al prestigio como dirección del primer Estado Obrero, se suman los triunfos contra el hitlerismo. Las masas confiaban en los partidos comunistas y éstos estaban ligados a la burocracia de la URSS. A su vez, la acentuación de la crisis de la corriente cuartainternacionalista habría de acentuar este proceso.

La política del stalinismo, fijada en los acuerdos con Roosevelt y Churchill, consistió en el reparto del mundo, de modo que quedara reservada para la URSS la invasión por el este de Europa. Así quedan excluidos de la esfera soviética los Balcanes (Grecia y Yugoslavia) y Europa Occidental; el cumplimiento de este plan significó la traición a las posibilidades revolucionarias de la posguerra. El triunfo de Mao y Tito —a pesar de Stalin (en China promovía, en 1945/8, un acuerdo con Chiang Kaishek y el Kuomintang)— respondía a presiones objetivas muy profundas que conviene retener. En ambos casos, la explosividad de las condiciones objetivas era determinante. En ambos casos, la burguesía nacional era absolutamente incapaz de hacerse cargo honorablemente de la situación. Chiang representaba una camarilla completamente corrompida y la burguesía yugoslava había sido totalmente hitlerista. Pero estas situaciones que en el pasado se hubieran resuelto con la derrota, ahora se resolvían con el triunfo, aunque el triunfo significara el ascenso al poder del proletariado por intermedio de una dirección independizada de su control, y por lo tanto políticamente burocratizada, amén de su ideología stalinista. El empuje objetivo hacia la izquierda provenía de la crisis del orden burgués en zonas fundamentales del mundo, del avance del ejército rojo y del empuje revolucionario de las masas proletarias y no proletarias.

Dos cuestiones detienen el alza revolucionaria en Europa hacia 1950. Primero, la derrota del proletariado europeo por la traición del stalinismo. Segundo, el rol amortiguador de la ayuda económica yanqui a Europa, ayuda en la que se reflejaba el resultado desigual que había tenido la guerra para la burguesía imperialista.

La Revolución China, que triunfa a fines de 1949, la generalización de la crisis por obra de la guerra y la penetración imperialista, el aflojamiento de los lazos imperiales que la crisis de la sociedad burguesa europea traía aparejado, dan un tremendo impulso a la revolución colonial en la década de los años ‘50. El despertar revolucionario del Oriente, que, en una gran medida, se había producido en la década del ‘20, alcanza ahora mayor empuje y también arrastra a un número mayor de naciones y hombres. La Revolución Colonial, por su ímpetu y amplitud, manifiesta claramente la universalización de la lucha revolucionaria en todo el mundo.

El retroceso del proletariado en Europa y la ausencia de una dirección revolucionaria del conjunto de la clase obrera mundial libran la Revolución Colonial a sus propias fuerzas, pero en condiciones distintas a la preguerra, es decir en un proceso político que marcha hacia la izquierda. Estas particularidades son la debilidad y la fuerza de la Revolución Colonial, respectivamente. Hay que tener en cuenta que la interpenetración de las luchas que constituyen la revolución internacional no es una simple cuestión de espontaneidad objetiva. Desde un punto de vista puramente objetivo, la revolución mundial puede caracterizarse, en determinado momento, por la desigualdad de su desarrollo. En condiciones históricas precisas, la dirección del proletariado internacional puede unificar y unifica estos procesos.

No sólo respecto de los países imperialistas y las colonias el ritmo de desenvolvimiento revolucionario es desigual. Lo es también respecto del desarrollo del bloque de estados obreros, el desenvolvimiento de sus contradicciones y luchas antiburocráticas. De aquí se deduce que la unidad que constituye el proceso de la revolución mundial no resulta de un desarrollo espontáneo sino que, para ser radical, requiere la acción consciente de la vanguardia mundialmente organizada.

En este marco histórico general, se desenvuelven las luchas revolucionarias de la etapa actual. Eliminada la revolución europea, el epicentro se desplaza a la periferia colonial que se encadena con la agudización del conflicto entre la propiedad estatal de los medios de producción y el carácter burocrático del aparato estatal, en los Estados Obreros. En la situación actual, este proceso adopta la forma de lucha entre la burocracia obrera más avanzada (China) y la conservadora (soviética). Pero esto es sólo la primera etapa.

La segunda posguerra da un nuevo y extraordinario empuje a la universalización de los conflictos de la sociedad moderna, imperialista. Las conquistas revolucionarias de esta etapa (China, los Estados Obreros asiáticos, Yugoslavia y aún los Estados Obreros europeos más burocratizados) atestiguan y, a su vez, impulsan el curso mundial hacia la izquierda. Una prueba notable y profunda de esta realidad lo da la dirección jacobina cubana al orientar la revolución al Socialismo. Pero así como la revolución en Europa retrocede, en parte vinculado con ello, comienza un estancamiento temporal, en general, en la zona colonial a manos de la burguesía nacional. El proceso es desigual y la parte desfavorable de ello lo provoca la ausencia de una dirección internacional. Este marco histórico general, propicio para un más notable impulso hacia la izquierda, se mantiene en el presente dentro de un marcado equilibrio en la correlación de fuerzas.

En nuestro país, los medios financieros que la guerra deja a la burguesía, así como el carácter favorable del comercio mundial agropecuario, unido a la inexistencia total de dirección revolucionaria, permite la iniciación de un período de conciliación de clases y de bonapartismo respecto del proletariado industrial. Aherrojada por la burocracia sindical y estatal y corrompida por el pasajero bienestar económico, la unificación política de la clase se hace bajo la dirección de la burguesía, con todo el lastre que ello implica. Sin embargo, el proceso económico tiene un carácter puramente coyuntural. A partir de 1950/53, se desenvuelve la crisis económica y la aceleración de la penetración yanqui que encuentra nuevo empuje en la derrota obrera de 1955.

Con la represión ‘libertadora’, el proletariado es sacudido de su letargo. Atina a defenderse con los instrumentos y la experiencia del peronismo, pero el primero es muy endeble y la segunda de poca significación. El oportunismo, seguidismo y sectarismo de todas las corrientes trotskistas dan a la hegemonía del peronismo un carácter absoluto. Estas circunstancias juegan un rol de gran importancia que frena y debilita el empuje espontáneo y retrasan el ritmo de crecimiento político revolucionario del proletariado. La contradicción de este proceso, que se agudiza con Frondizi, va desplegando en la clase obrera la idea de la huelga general que asume, en este marco, una base estrecha. El asalto al Frigorífico Nacional la concreta y al hacerlo descubre esa débil base de sustentación. El mito de la huelga general se desvanece y no lo reemplaza una concepción superior. Esta derrota y el alza industrial 1960/61 consolidan el retroceso obrero. La crisis del 1962 lanzará a la clase a la lucha, por su iniciativa y desde abajo. La dirección traicionará abiertamente en el período 1962/63 aprovechando la correlación de fuerzas, desfavorable al proletariado. Las ocupaciones de fábrica se liquidan una a una y la dirección sindical las deja libradas a su curso. Si el proletariado queda inmovilizado en las grandes luchas nacionales –después del 18 de marzo – y se mueve en los conflictos fabriles, esto demuestra la significación que tiene el que su unificación política, su realización como “clase en sí”, la había concretado el peronismo, es decir, bajo el burocratismo estatal.

Demás está decir que el PC juega en todo este asunto un neto rol de derecha, de subordinación a todos los gobiernos desde la caída de Perón.

A pesar de sus frecuentes contrastes, la clase obrera argentina no sufre en todo este amplio período ninguna derrota fundamental. Esto atestigua el equilibrio general de fuerzas que domina al mundo y a nuestro país, en una forma general. Sobre este fundamento, sobre las experiencias recogidas y sobre la amplitud que la crisis otorgará a los conflictos futuros, se sustenta la base objetiva de la perspectiva de un curso revolucionario de la lucha de clases en el país y del proletariado nacional.

Ahora bien, con la Revolución China, en menor medida con la revolución yugoslava, con las luchas antiburocráticas del proletariado de los Estados Obreros (Alemania 1953, Hungría y Polonia 1956), con el crecimiento económico en estos estados, y con los triunfos de la revolución colonial (Cuba, Argelia) se rompe el rol hegemónico del stalinismo soviético. Esto se reproduce a escala nacional. El otrora ladero de Stalin, el PC italiano, proclama el “policentrismo”, es decir, la independencia de ‘su’ burocracia, la reivindicación de ‘su’ propio chauvinismo. La situación internacional marca el rumbo, en general, a la situación nacional.

La expresión más rica de este proceso es el viraje hacia la izquierda que se promueve en sectores del stalinismo y reformismo mundial. Al introducirse el bisturí, aunque medianamente, en la epidermis del dominio burocrático y romper su monolitismo ideológico y político se comienza a abrir una herida profunda en la hegemonía stalinista sobre la vanguardia obrera. Indirectamente, los militantes de las nuevas generaciones nacen descubriendo todo el edificio de embustes y mentiras que ha edificado el stalinismo. Estas mentiras había que derribarlas para crear una nueva dirección. La ‘higienización’ política e ideológica sólo ha sido posible, en la medida que lo está siendo, por la base revolucionaria de masas que está sustentando la etapa presente. La lucha ideológica de decenas de años está encontrando sustancia en las transformaciones que el avance de la propiedad estatal impulsa en los Estados Obreros y en la iniciativa revolucionaria de las masas semicoloniales: Cuba y Argelia. Y aunque el proceso de ‘higienización’ política tiene aún un carácter mezquino, su naturaleza irreversible determinará la creciente ampliación de sus perspectivas. En esta ampliación debe apoyarse la vanguardia revolucionaria y no claudicar ante su aspecto mezquino. Pero este papel sólo lo podrá cumplir la continuación revolucionaria del leninismo-trotskismo.

Durante la guerra, la vanguardia del leninismo-trotskismo es liquidada. Algunos —Abraham León, por ejemplo— por el hitlerismo. Otros —León Trotsky— por el stalinismo. Es un golpe muy duro para la corriente trotskista internacional. En este marco, los sectores más alejados de la lucha revolucionaria que había dentro del trotskismo le imprimen un curso hacia la derecha. El ala yanqui de la IV Internacional toma la posición del pacifismo ‘socialista’ frente a la Segunda Guerra y, bajo su responsabilidad, en nombre de toda la IV Internacional; esta posición repudia la justísima posición de la IV frente a la guerra sostenida en el Programa de Transición y hasta la muerte de León Trotsky. La tremenda debilidad del trotskismo, sin militantes y sin organización, anula su rol en la crisis revolucionaria de la guerra: los elementos más oportunistas levantan cabeza e imponen su rumbo. Bajo estas condiciones, las secciones trotskistas nacionales, libradas a su propia fuerza, siguen un camino contradictorio y desigual en la evolución de la crisis. Las claudicaciones siguen pautas estrechamente nacionales y responden al predominio de las fuerzas centrífugas y oportunistas en la escala de la corriente internacional (1). Por ello, en la renuncia a un examen a fondo de este pasado, reside, en lo fundamental, el oportunismo del congreso último de reunificación de la IV Internacional.

La pauta oportunista nacional se verificó rápidamente en el país. Por un lado, Por (T), Frente Obrero, Socialismo Nacional, se dedicaban al oportunismo ante la burguesía nacional. Por el otro, Palabra Obrera se dedicaba primero al oportunismo proimperialista y luego al oportunismo nacionalista. La chatura ideológica de Praxis y la mezquindad política de sus representantes intelectuales lo lleva a claudicar a uno u otro lado, según las circunstancias.

Como se ve, lejos estuvo el ‘trotskismo’ de intentar todas las políticas posibles repartidas a través de sus grupos. Faltaba la política revolucionaria. Frente al dominio peronista sobre la clase, el ‘trotskismo’ se manifestó incapaz de una política independiente; de una vasta acción de propaganda sobre la base de la previsión de la perspectiva de las luchas en el país. Abdicaban ante el inmediatismo; ante la ‘tarea de hoy’. De este modo, cada evento fundamental los mostraba incapacitados de una posición independiente. El adjetivo que merece la política seguida por estos grupos surge al final, de la siguiente cita:
“Si no sabemos elaborar una táctica política, un plan de organización que suponga necesariamente un trabajo muy prolongado. Y que al mismo tiempo garanticen a través del proceso de este trabajo mismo, la disposición de nuestro partido de permanecer en su puesto y cumplir su misión en presencia de cada acontecimiento inesperado, de cada aceleración del curso de los acontecimientos, si no hacemos esto nos revelaremos pura y simplemente como unos miserables aventureros políticos…” (Lenin, bastardillas nuestras).

El entierro irreversible de los ‘aventureros políticos’ que se va cumpliendo requiere como sanción definitiva el que, sobre su experiencia, se estructure una verdadera vanguardia revolucionaria. Pero hacer posible esto requiere la reivindicación teórica —como pensamiento— y la reivindicación práctica —como continuación de su función histórica— del leninismo-trotskismo, del bolcheviquismo.

La época del imperialismo es la época de la revolución proletaria. Esto significa que el imperialismo lleva al capitalismo a las condiciones que determinan su muerte. Estas condiciones son, por un lado, la contradicción entre la mundialización imperialista de la economía y la política y el carácter nacional del estado burgués, y por el otro, el carácter social de la producción mundial y el carácter privado de la apropiación. La universalización del dominio del capital financiero es la premisa de su crítica radical y de la praxis correspondiente. La revolución bolchevique lo demostró. Pero la revolución bolchevique, por todo lo dicho hasta aquí, quedó como crítica parcial, como estado obrero burocratizado. Todo el desarrollo histórico posterior es una constante lucha entre la conservación de esta crítica parcial y su superación en crítica radical. En grandes líneas, este diferencia al leninismo-trotskismo del stalinismo. Las condiciones históricas actuales, al llevar a un plano superior todos los elementos que conforman la crisis general del capitalismo y las posibilidades revolucionarias socialistas, son un magnífico punto de apoyo, en general, para coronar la tarea. El marco histórico de aislamiento de la vanguardia obrera y de las masas en el cual se fundó la IV Internacional y que, con la precipitación de otras circunstancias, determinó su crisis, ha sido ampliamente modificado. Una verdadera internacional puede, nuevamente, crearse en la experiencia victoriosa de la lucha proletaria. Las mismas condiciones nacionales, en general, se mueven en el mismo sentido. La posibilidad objetiva favorable actual para una praxis radical requiere una teoría y una experiencia histórica que la avale que sea también radical. Que la reivindicación del leninismo-trotskismo y de su práctica histórica revolucionaria lo es, lo pasamos a demostrar ya.

 

II

El objetivo de una práctica verdaderamente revolucionaria es la revolución proletaria internacional. La necesidad más profunda del proceso mundial contemporáneo conduce a este objetivo. Pero para poder llevar a cabo este cometido la clase obrera debe haber modificado radicalmente su actitud ante el dominio y la existencia del estado burgués; la lucha de clases debe haberla llevado al máximo de su independencia política, de la cual, la actitud revolucionaria frente al estado es su más acabada expresión.

Sin embargo, la toma del poder no significa aún la independización política definitiva y absoluta del proletariado. Al transformarse en clase dominante, el proletariado utiliza el poder del estado para acentuar su desarrollo independiente. El solo hecho de haberse transformado en clase dominante demuestra que su independencia política es relativa. Por su propia naturaleza histórica, el proletariado no puede crear un régimen social propio; todo lo que hace es iniciar y culminar una fase de transición. La misión del proletariado es liquidar su condición liquidándose a sí mismo. La independencia política, en su máximo nivel, se convierte en su contrario. El objetivo histórico de la revolución proletaria es el comunismo.
La lucha revolucionaria del proletariado hacia la sociedad comunista requiere el desarrollo sin cesar de su independencia política. Mientras en el siglo pasado, en la fase del capitalismo ascendente, las premisas objetivas de la liberación del proletariado sólo estaban en desarrollo, y por ende también el fundamento de su independencia política, con el capitalismo monopolista se establecen irreversiblemente. De ahí que, mientras el objetivo de la “revolución permanente” era para Marx impulsar revolucionariamente al capitalismo, como medio de preparar el terreno de la futura revolución del proletariado, el objetivo de la “revolución permanente” era para Lenin y Trotsky la revolución internacional del proletariado, como medio de preparar el terreno para la disolución de la sociedad dividida en clases.

Con crear las premisas materiales del socialismo, el imperialismo no crea, automáticamente, las premisas políticas de la revolución. La causa debe buscarse en la diferenciación social interior y en el desigual desarrollo de la experiencia política de la clase obrera, es decir, en el atraso y heterogeneidad de las masas. El mismo hecho de que sea necesario tomar el poder del estado lo demuestra. Las masas ni maduran homogéneamente ni su condición de brutal opresión económica y cultural le permiten desarrollar, durante el capitalismo, la práctica amplia y profunda necesaria como para alcanzar la conciencia más acabada de su misión. Desde el poder, con la dictadura del proletariado, este proceso puede ser cumplido.
Por todo esto, la diferenciación desde el seno de la clase de su destacamento de vanguardia, de la vanguardia obrera, es un proceso necesario y fatal. La elevación al plano organizativo en forma de partido independiente, de estas relaciones diferenciadas entre la vanguardia y el resto de la clase, es por ello un aspecto fundamental para que la vanguardia determine la política de la clase y no al revés. Pero para que la vanguardia del proletariado pueda llevar a las masas a la revolución primero y al comunismo después, por medio de la lucha por la independencia política de la clase, es condición decisiva que la vanguardia esté, a su vez, independizada ideológicamente.

Sólo una organización de vanguardia ideológicamente independiente puede elaborar una política que lleve a las masas, por medio de la propaganda y orientándola a través de su propia experiencia, a modificar revolucionariamente su actitud frente al poder del estado. Marx había puesto muy en claro esta cuestión.

“El arma de la crítica no puede reemplazar evidentemente a la crítica de las armas; la fuerza material debe ser superada por la fuerza material. Pero la teoría deviene fuerza material cuando se adueña de las masas. La teoría se adueña de las masas cuando se muestra ‘ad hominem’ y se muestra ‘ad hominem’ cuando deviene radical…” (2).

Es decir, el carácter radical de la teoría determina su enraíce revolucionario en las masas, en cuanto éstas se abocan, históricamente, a una práctica radical. Sólo la vanguardia ideológicamente independiente, y lo es cuando su teoría y su programa es radical, puede plantearse la tarea de la independencia política del proletariado. La teoría radical desentraña las exigencias revolucionarias del proceso social contemporáneo al tiempo que el proletariado es la única esfera revolucionaria que tiene la fuerza histórica para satisfacerlas.
Al caracterizar al partido marxista revolucionario, el Manifiesto Comunista señalaba que aquél representa, en las luchas presentes del proletariado, su futuro. La representación del futuro de la clase obrera era la estrategia política determinada no por tal o cual causa particular sino por la naturaleza de la época histórica tomada en su conjunto. Representar el futuro de la lucha del proletariado, su perspectiva histórica, era esbozar en el presente, en la crítica del orden existente, la estrategia de la liquidación del capitalismo.
Para Marx esta estrategia era la estrategia de la revolución permanente. “Mientras los demócratas pequeño-burgueses aspiran a cancelar la revolución lo antes posible… nuestro interés y nuestra misión está en hacer la revolución permanente” (3).

¿En qué consistía la revolución permanente en esta etapa? Consistía básicamente en criticar las vacilaciones de la burguesía y pequeña burguesía en el proceso de la revolución democrático-burguesa, impulsar por métodos revolucionarios la lucha contra el feudalismo y por el desarrollo más acabado de todas las formas de relaciones burguesas. En condiciones en que el proletariado no podía aún liberarse a sí mismo, debía impulsar de tal modo la rueda de la historia de manera de desbrozar todo obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas y liquidar todas las rémoras absolutistas en el aspecto político. Con ambos objetivos se creaban las premisas materiales en un caso, y las condiciones de desarrollo y educación política de la clase en el otro, de la revolución del proletariado. De este modo la lucha revolucionaria por la república democrática se ligaba a la lucha revolucionaria por la dictadura del proletariado. Y, en todo este proceso, el proletariado no levantaba puramente el programa democrático-burgués sino el programa de la revolución permanente, el programa de transición entre la república burguesa y la república proletaria (4).

“Mientras que la lucha de los distintos jefes ‘socialistas’ entre sí pone de manifiesto que cada uno de los llamados sistemas se aferra pretenciosamente a uno de los puntos de transición en la transformación social, contraponiendo a los otros, el proletariado va agrupándose más y más en torno del socialismo revolucionario, en torno del comunismo… El socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general…” (5).
La derrota de la revolución de 1848 y de la Comuna vendrían a confirmar que la sociedad burguesa, para ser destruida, aún tenía que desarrollarse.

“Pero lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, las supervivencias resultantes de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de Febrero y de los que no podría librarlos la victoria de Febrero, sino sólo una serie de derrotas” (6).

Con el reparto del mundo por las principales potencias capitalistas y la Primera Guerra, concluye el rol progresista del capitalismo mundial; se convierte en imperialismo.

La dominación del capital adquiere su máxima universalización como capital financiero. Mientras en el siglo XIX lo característico es la exportación de mercancías, en el siglo XX la sustituye, sin eliminarla, la exportación de capitales. El imperialismo une a países y continentes, acerca países atrasados a la civilización moderna y les cierra el paso hacia ésta; su dominio se expresa como desarrollo combinado.

El programa de la revolución permanente en Marx era la crítica más radical en las condiciones del capitalismo ascendente. La teoría de la revolución permanente en Lenin y Trotsky es la crítica más radical en las condiciones del dominio imperialista. La madurez de la economía mundial imperialista para el socialismo determina la naturaleza de la revolución internacional. Los países atrasados pueden y deben lanzarse a la ruta de la civilización. Pero como el desarrollo de las fuerzas productivas es frenado por la acción del imperialismo, es decir, del capitalismo más avanzado, la revolución, para cumplir las tareas inconclusas de la burguesía, debe hacerse contra la burguesía mundial de la que la nacional es un apéndice. Mientras que en Marx el punto de partida para la liberación del proletariado es la formación sin trabas de la república burguesa, para Lenin y Trotsky lo es la formación de la dictadura del proletariado, del Estado Obrero en transición del capitalismo al socialismo. Pero esta transición sólo puede operarse en el terreno de la revolución internacional, en la liquidación del dominio imperialista sobre la economía mundial.

Asimismo el leninismo-trotskismo es teoría radical en la formulación programática de nuestra revolución como país atrasado. La consigna central de nuestro programa, es decir, los Estados Unidos Socialistas de América Latina, expresa la fórmula política de la lucha revolucionaria de clases en nuestro continente y se manifiesta como el punto de transición entre la liberación nacional de nuestros países del imperialismo y el triunfo del socialismo a escala internacional. Teniendo como palanca la revolución agraria y la dirección revolucionaria del proletariado, la dictadura del proletariado, la unidad socialista de América Latina es el golpe más demoledor al imperialismo en esta zona del planeta. El trabajar con esta consigna central implica formular un programa revolucionario latinoamericano y unificar, a través de él, a la vanguardia del continente, como destacamento de la vanguardia internacional. Al nacionalismo burgués y pequeño burgués le respondemos: por la revolución proletaria latinoamericana.

Hemos hecho hincapié en la concepción sobre el carácter de la revolución porque es la médula de la conquista de la independencia ideológica. La política de la vanguardia del proletariado, que consiste en desarrollar la independencia política de la clase, sólo puede basarse en la claridad sobre sus objetivos y esto significa determinar el carácter de la revolución y las conclusiones que de ellos se derivan. Con la concepción de la revolución internacional y su carácter, la vanguardia revolucionaria se transforma en un factor histórico universal. Trabajando en las luchas inmediatas, representa el porvenir; trabajando en el marco nacional refleja su vocación internacional. Por los objetivos últimos que persigue, se organiza en partido independiente centralizado; por su naturaleza internacional, el partido asume carácter mundial.

Como un factor histórico con características propias, la vanguardia revolucionaria no se identifica con ninguna fase parcial de la lucha revolucionaria sino con su objetivo último, que es su propia misión. A cada evento de la lucha de clases convergen muchos factores, a saber, las clases enemigas, sus organizaciones, la clase obrera, el partido revolucionario, etc. El resultado de cada momento de la lucha es un resultado del balance político de todas las fuerzas. La vanguardia revolucionaria no se identifica con ninguno de estos momentos sino con su resultado final, la sociedad sin clases.

Sin comprender esto, es imposible comprender la relación que guardan la ideología y la vanguardia revolucionaria con el Estado Obrero desnaturalizado por la burocracia.
“El bolchevismo es sólo una corriente política. Aunque estrechamente ligada con la clase obrera, no se identifica con ella. En la URSS, además de la clase obrera, existen más de 100 millones de campesinos de diversas nacionalidades; herencia de opresión, de miseria y de ignorancia, el Estado creado por los bolcheviques refleja, no solamente el pensamiento y voluntad de los bolcheviques, sino también el nivel cultural del país, la composición de la población, la influencia del pasado bárbaro y del imperialismo mundial no menos bárbaro. Representar el proceso de degeneración del Estado Soviético como la evolución del bolchevismo puro es ignorar la realidad social…” (7).

Con la crítica parcial, es decir, el Estado Obrero burocratizado, se identifica el stalinismo porque este Estado es la condición de dominio de la burocracia. El leninismo-trotskismo (8), sin identificarse con el Estado salido de la revolución, si se identifica con su desarrollo progresivo y actúa, por lo tanto, como factor histórico revolucionario. El stalinismo, por su acción contraria, actúa como factor antirrevolucionario. La crisis actual de la burocracia refleja hasta qué punto las fuerzas interiores y exteriores de la revolución mundial sacuden las trabas que se imponen a su desarrollo (9).

El leninismo-trotskismo, siendo la teoría radical que habrá de enraizar nuevamente en las masas como lo hiciera en la gran revolución de 1917, no es una simple exposición intelectual sino la generalización científica de una práctica histórica. Esta práctica es la práctica revolucionaria de las cuatro internacionales antes de su degeneramiento, es decir, de varias generaciones de obreros revolucionarios. Sólo del conocimiento de esta práctica es posible pasar a encarar las tareas de la época actual.

“Gentes menos conscientes pero más numerosas dicen: ‘hay que volver del bolchevismo al marxismo’. Pero… ¿por qué camino? ¿A qué marxismo? Antes de que el marxismo ‘fuese a la bancarrota’ en la forma de bolchevismo, ya se había hundido bajo la forma de socialdemocracia. La consigna ‘volver al marxismo’ significa un salto sobre la II y III Internacionales hacia la I Internacional. Pero también ésta fue derrotada. Resumiendo: se trata de volver en definitiva… a las obras de Marx y Engels. Pero ¿cómo pasar de golpe de los clásicos a las tareas de la nueva época, dejando de lado la lucha teórica y política de muchas decenas de años, lucha que comprende también el bolchevismo y la Revolución de Octubre?” (10).

Podemos agregar, ¿cómo pasar de Lenin a la etapa presente sin tener en cuenta la significación y enseñanza de la burocratización del Estado Obrero salido de la revolución proletaria?
La etapa actual les plantea a los revolucionarios amplias y abigarradas tareas en todo el globo; en las semicolonias, en los Estados Obreros y en las metrópolis imperialistas. El acervo del marxismo-Ieninismo-trotskismo acumula una numerosa y valiosa experiencia sin la cual la lucha no puede ser radicalmente encarada.

Lenin señaló que sin ideología revolucionaria no hay partido revolucionario. El partido revolucionario es la práctica histórica más concentrada de la clase. Por esta razón, es capaz de centralizar al máximo sus energías y las de todas las fuerzas históricas que se agrupan alrededor de él. El principio fundamental del partido, que es el instrumento irremplazable de la educación e independencia política de la clase, es el centralismo democrático. Este centralismo sólo puede encararlo el leninismo-trotskismo, porque al representar el objetivo último es el único que puede tensar y organizar al máximo las fuerzas revolucionarias que se mueven en la sociedad actual.

La premisa más general del socialismo es el mercado mundial. Sobre esta base, el hombre ha asumido una existencia empírica mundial y se ha transformado en individuo histórico universal. La universalización del desarrollo histórico es la premisa del socialismo y, por lo tanto, el fundamento de la crítica radical al capitalismo. Como exponente de esta crítica, el leninismo-trotskismo encuentra su lugar histórico en la época del imperialismo, en la época de la revolución proletaria. Pero más aún, superada en gran parte la ola reaccionaria de la preguerra, la universalización alcanzada por la lucha revolucionaria en todo el globo, hace al leninismo-trotskismo la ideología de nuestra generación.

 

III

La situación de la vanguardia revolucionaria, en la actualidad, es su dispersión ideológica y política. El origen de esta dispersión fue la bancarrota de la dirección internacional, primero, y la crisis de la vanguardia cuartainternacionalista, después. Aunque los factores objetivos que determinaron este proceso han desaparecido, en gran medida, la secuela de corrupción ideológica que ha dejado le sigue sobreviviendo. Pero hoy, la idea revolucionaria que clama por una realidad que la realice, encuentra y encontrará una realidad que clamará por realizarse, a su vez, en esa idea.

No es posible plantearse la construcción del partido revolucionario del proletariado si no es sobre la base de liquidar esta dispersión ideológica y no se puede liquidar esta dispersión sin asumir la reivindicación del leninismo-trotskismo, reivindicando su lugar histórico. Ya Lenin enseñó que la primera tarea de un grupo de vanguardia es conquistar ideológicamente, por medio de la propaganda, a la vanguardia obrera. Esto implica, sobre la base de reivindicar nuestra continuidad y vigencia histórica, desnudar ante los obreros avanzados el comportamiento y los objetivos de cada clase, en cada momento, a escala nacional y mundial. Fructificando la conquista ideológica de la vanguardia obrera, y en el proceso mismo de esta fructificación, es un deber organizarla en destacamento independiente que debe coronar en partido independiente. Esta es nuestra respuesta a la eterna pregunta de los revolucionarios: ¿Qué hacer?
“La revolución proletaria madura ante los ojos de todos, no sólo en Europa entera, sino en el mundo, y la victoria del proletariado en Rusia la ha favorecido, acelerado y sostenido. ¿Que todo esto no basta para el triunfo completo del socialismo? Desde luego, no basta. Un solo país no puede hacer más. Pero, gracias al Poder soviético, este país solo ha hecho, sin embargo, tanto, que incluso si mañana el Poder soviético ruso fuera aplastado por el imperialismo mundial, por una coalición, supongamos, entre el imperialismo alemán y el anglofrancés, incluso en este caso, el peor de los peores, la táctica habría prestado un servicio extraordinario al socialismo y habría apoyado el desarrollo de la revolución mundial invencible”.
La Revolución Proletaria y el renegado Kautsky, (1918) V.I. Lenin, Editorial Anteo, pág. 66.

NOTAS:
1. Esto lo formulamos desde la perspectiva de nuestro conocimiento del trotskismo latinoamericano.
2. Prólogo a la Filosofía del Derecho de Hegel, C. Marx.
3. Alocución de Marx de 1850 a la Liga Comunista.
4. Refiriéndose a la expropiación de la burguesía, el Manifiesto dice: “Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo… por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio de transformar el régimen de producción vigente”.
5. La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, C. Marx.
6. Idem (bastardillas del original).
7. Bolchevismo y stalinismo, L. Trotsky.
8. Leninismo-trotskismo es el desarrollo de la estrategia de la revolución proletaria en la época del imperialismo. Entre el leninismo y el trotskismo no media una época sino una etapa, peculiar, propia y muy significativa dentro de la época del imperialismo. Leninismo y trotskismo son inseparables.
3. ¿Qué posición tiene el leninismo-trotskismo frente a la crítica del Partido Comunista chino? Con su inmensa experiencia revolucionaria a cuestas el PC Chino ha sido incapaz de fundar una crítica radical a la burocracia y al Estado Obrero burocratizado, desde que su propia dirección es una dirección burocrática. Su apelación al stalinismo lo demuestra. Si a esto añadimos los virajes del PC Chino en el pasado, podemos señalar que, aun con su carácter progresivo, la crítica china a la burocracia soviética es mezquina.
Nuestra posición, es: a) defensa incondicional de todos los Estados Obreros (burocratizados o no); b) teniendo la defensa del Estado Obrero en primer lugar, criticar a la burocracia como tal y a su política centrista y apoyar todas las corrientes internas que planteen la democracia proletaria y el internacionalismo revolucionario.
10. Bolchevismo y stalinismo, L. Trotsky, obra citada.