Informe Internacional para el XXVIII Congreso del PO

En el Informe Internacional elaborado por el Comité Nacional del Partido Obrero para su 27° Congreso Nacional (EDM N° 54, marzo 2020) su título central planteaba: “De la crisis mundial a las guerras y rebeliones”.

La guerra entre Rusia y Ucrania que hoy domina el escenario mundial concentra las contradicciones explosivas que se vienen acumulando y que se abren paso cada vez en forma más cruenta y convulsiva. Si bien ya en las últimas décadas hemos atravesado por conflictos bélicos, la guerra en curso no es una simple repetición de las anteriores como Iraq, Yemen Libia o Mali. En estos casos asistimos a guerras que han tenido lugar en la periferia del planeta y alguno de cuyos actores principales son potencias o países de segundo orden. Podemos hablar, en muchos casos, de guerras de procuración, en la que las grandes potencias operaban y hacían valer sus intereses a partir de terceros países. El teatro de operaciones esta vez, en cambio, es la propia Europa, uno de los corazones del capitalismo; y los contendientes centrales son en forma directa Rusia y la Otan. Zelenski actúa como un peón y correa de transmisión de la Otan. De modo tal que estamos ante un salto cualitativo en la situación internacional. De una sucesión de guerras regionales, locales que, por supuesto, tenían un alcance internacional, hemos pasado a un enfrentamiento directo, aunque por ahora solo en territorio. Pero el carácter del enfrentamiento abre las puertas a una tercera conflagración mundial.

Esta nueva guerra es inseparable del desarrollo de la bancarrota capitalista. Recordemos que las dos anteriores guerras mundiales estuvieron precedidas por depresiones mundiales acompañadas por grandes tensiones y conflictos económicos y políticos de alcance internacional, que terminaron dirimiéndose con el uso de la fuerza. En la actualidad, la bancarrota capitalista está tomando la forma de un escenario de recesión con inflación. La economía mundial carga con las consecuencias de la crisis financiera de 2008 que no ha logrado revertir que empalmó el estallido de la pandemia que está lejos de haberse cerrado. El freno de la actividad económica se combina ahora con una explosión inflacionaria, que se ha acelerado a una velocidad sorprendente a partir del estallido de la guerra y que está provocando una catástrofe alimentaria a escala planetaria.

La crisis capitalista mundial que enfrentamos es una expresión del agotamiento y decadencia histórica del capital. Estados Unidos, en su condición de primera potencia, concentra en su interior, como ninguna otra, estas tendencias y se constata en su declive económico y su retroceso en su papel hegemónico. La guerra actual se inscribe en la tentativa del capital internacional y en particular de EE.UU. por superar este impasse. La vía para ello es avanzar en la colonización de Rusia y China bajo su tutela y control y usufructuar, para su provecho, el proceso de restauración capitalista. El conflicto bélico pone de manifiesto que el impasse histórico del capital no tiene vía de salida por medios económicos y políticos tradicionales. La integración de las execonomías estatizadas a la economía capitalista no puede ser completada por medios pacíficos.

Al mismo tiempo, la guerra es una tentativa por parte de Washington por recuperar su liderazgo en retroceso en Occidente. Pero más allá del entusiasmo que se vive en la Casa Blanca frente a lo que se consigna como una resurrección de la Otan y la hegemonía norteamericana, la situación está lejos de un retorno al status quo anterior. La guerra actual no anula las profundas rivalidades interimperialistas. La bancarrota capitalista ha puesto en crisis la globalización del capital y ha producido un repliegue nacional, entendido como instrumento de guerras comerciales, fiscales, financieras y monetarias. La crisis capitalista le ha recordado a los países imperialistas que su primera obligación es rescatar de la quiebra a los capitales de sus propios países. Esto se manifiesta en una quiebra de las relaciones internacionales de conjunto. De modo tal, que el alineamiento actual de Occidente con Washington de ningún modo clausura las tensiones y enfrentamientos que están llamados a profundizarse. Por un lado, la Casa Blanca no se priva de meter una cuña mayor en Europa y avanzar en su penetración económica en detrimento y a expensas de las potencias del viejo continente, lo cual provoca recelos y choques con la burguesía de dichas naciones. Por otro lado, la colonización del ex espacio soviético y, más allá de ello, de China, es un terreno de disputas por quién lidera y saca más provecho de la transición de esas economías hacia la restauración completa del capitalismo. La escalada bélica actúa como un factor de presión para debilitar las trabas reinantes a una colonización del espacio de los ex Estados obreros y crear las condiciones para una alteración de un su régimen político o un desmembramiento, como ocurrió con Yugoslavia, y representa un escalón superior en que se desarrollan y se dirimen las disputas interimperialistas.

Las burocracias dirigentes china y rusa alientan y promueven la restauración capitalista, pero pretenden ser el vehículo principal de ella y no que sea implementado en forma unilateral y en detrimento suyo por el imperialismo. La reacción del Kremlin contra la escalada imperialista y el cerco militar tendido en sus fronteras apunta a defender su lugar en este proceso. Putin concibe al este ucraniano como una pieza de ajedrez geopolítica y prenda de negociación con Occidente, no como parte de un combate de los pueblos del mundo contra el imperialismo. Están a la vista las atrocidades que viene llevando adelante el ejército ruso, que tiene como antecedentes otros ataques despiadados, como la carnicería contra el pueblo checheno o, más recientemente, su intervención contra la rebelión en Kazajistán. La invasión militar pretende someter a Ucrania en función de los intereses y apetitos de su propia camarilla y la nueva burguesía oligárquica restauracionista rusa, en su pulseada con Occidente.

El escenario actual, más aún si se prolonga la guerra, abre el peligro de un dislocamiento de la economía mundial y eso incluye el sistema financiero internacional. La guerra de Ucrania que abre las puertas de una confrontación bélica mundial es un síntoma inconfundible de putrefacción del régimen social capitalista. Ninguno de los actores plantea llegar al extremo de un enfrentamiento bélico mundial en forma inmediata, pero la lógica de la escalada a la que estamos asistiendo nos conduce en esa dirección. La catástrofe ya la tenemos ante nuestros ojos. En lugar de la expansión de las fuerzas productivas, que ha sido históricamente el motor del progreso de la humanidad a lo largo de su existencia, se abre paso, en una dimensión sin precedentes, un crecimiento de fuerzas destructivas y el peligro de la destrucción del planeta y la extinción de la humanidad. El catastrofismo del que viene siendo históricamente acusado y estigmatizado el Partido Obrero se revela como la única visión realista del presente.

Por lo pronto, ya tenemos en desarrollo una nueva catástrofe humanitaria. Por los millones de evacuados, por las miles de víctimas y heridos que se registran en Ucrania, pero también por la nuevas penurias que están sufriendo los pueblos del mundo entero a partir de los estragos que está provocando esta carestía imparable. En particular, la suba de alimentos ha potenciado con una velocidad increíble el hambre en el mundo, que azota a los países emergentes de África, Asia y América Latina. El FMI en un reciente informe alerta sobre la perspectiva y el peligro de estallidos sociales. Es necesario tener presente que, así como la crisis capitalista genera las guerras, simultáneamente, es el caldo de cultivo y el laboratorio de la rebelión de los pueblos y la revolución social.

La irrupción de la guerra en esta escala no anula sino que brinda un nuevo escenario a los alineamientos y crisis de las formaciones políticas que gobiernan desde la Segunda Guerra, en general en completa disgregación. De esa disgregación han surgido fuerzas por derecha y por izquierda. Por un lado, los Le Penn, los Trump, los Bolsonaro, los Salvini, los Vox, los Orban, como aquí los Milei. Se trata de una tendencia a la polarización política que expresa en el plano político la tendencia al choque violento entre las clases, en este caso bajo la forma de experiencias autoritarias que den paso a Estados represivos reforzados –y a su turno a grupos paraestatales- para descargar la crisis sobre las masas. Por el otro, la emergencia de nuevas corrientes colocadas en la centroizquierda y/o en el nacionalismo burgués (Perú, Chile), que se abren paso como dique de contención o preventivos de rebeliones populares. El caso francés es hoy mismo un laboratorio para los revolucionarios, puesto que vuelven las tendencias al frente de colaboración de clases en función de la “lucha antifascista”, como ha sido el voto de los Insumisos (Mélenchon) a Macron y ahora la alianza de ellos con el viejo PS y el PC francés y los verdes, fuerzas probadas en la administración del Estado imperialista galo. Otro tanto se plantea en el debate para enfrentar a Bolsonaro en Brasil.

Este escenario replantea la discusión sobre la estrategia, el programa y los métodos para enfrentar esta catástrofe y dar paso a una salida superadora y favorable desde el lado de los explotados. Esto aumenta los desafíos de la izquierda que se reclama revolucionaria, que debe actuar en un marco de una aguda crisis de dirección de los trabajadores. Mientras la bancarrota capitalista tiende a agravarse, la línea dominante en la izquierda y en las direcciones obreras es acentuar sus compromisos y sometimiento al orden social vigente. Esto ha vuelto a ponerse de relieve con motivo del presente conflicto, en que el llamado progresismo mundial ha terminado alineado de un modo general en el campo de la Otan. La condena de la invasión militar rusa, sin embargo, no puede hacer perder de vista ni encubrir el rol estratégico de las grandes potencias occidentales en su calidad de instigadores y responsables primordiales de este conflicto. Una franja minoritaria del arco de la izquierda, a su turno, ha salido a apoyar al régimen ruso contra las planes expansionistas y guerreristas de la Otan. Pero ni la Otan es la abanderada de la democracia, la libertad y menos aún la causa nacional; ni Putin es un exponente de la causa antiimperialista. Ambos bandos apuntan a un desguace y sometimiento de Ucrania en función de sus propias apetencias, desconociendo y pisoteando el derecho a la autodeterminación del pueblo ucraniano que es utilizado como carne de cañón del conflicto. Zelensky está utilizando el repudio que provoca en Ucrania la invasión rusa y su política de exterminio para reforzar un alineamiento con EE.UU. y la Unión Europa. Estamos frente a una manipulación política del sentimiento de defensa nacional que anida en el pueblo ucraniano, en un sentido proimperialista.

La llamada izquierda radical, incluida la que se reivindica trotskista, ha terminado acompañando esta onda mayoritaria del progresismo alineada con el campo occidental. La guerra de Ucrania ha puesto a prueba, como no podría ser de otra forma, la consistencia de la izquierda que se reclama revolucionaria que ha terminado sucumbiendo frente a la presión democratizante del imperialismo. Esto no debe sorprender si tenemos presente que la balanza en su militancia cotidiana está inclinada a favor del democratismo y lo que predomina es el electoralismo y parlamentarismo y no una perspectiva revolucionaria.

La guerra ha puesto de manifiesto nuevamente una divisoria de aguas en la izquierda y pone a la orden del día, la discusión sobre la estrategia que debería presidir su accionar. Si va a quedar confinada a actuar meramente como un grupo de presión y de búsqueda de un progreso a la sombra del Estado capitalista o si se erige en un canal para que entre la clase obrera en escena, irrumpa en la crisis y se transforme en alternativa de poder. Se tratan de dos perspectivas enfrentadas que a su vez ponen sobre el tapete otra cuestión clave. La política de adaptación al orden social vigente ha llevado a alentar partidos amplios y alianzas políticas con fronteras de clases difusas. Esto deber ser superado y abrir paso a la construcción de partidos revolucionarios, de combate, militantes, que agrupe a la vanguardia de los trabajadores en torno a la lucha por gobiernos de trabajadores y el socialismo y que en su accionar, vaya entrenando y formando los cuadros capaces de liderar esta tarea, que se inscribe en la lucha estratégica dirigida a la reconstrucción de una internacional revolucionaria, la IV Internacional.

Esta cuestión se pone al rojo vivo en América Latina si consideramos que el proceso de rebeliones populares ha dado paso, sin embargo, a gobiernos de colaboración de clases que a poco de andar se revelan como recursos últimos del sistema y enfrentan a los propios trabajadores y juventudes que les abrieron paso en las calles de Chile, Perú o Bolivia.

Escalada imperialista

Esta guerra ha sido preparada y alimentada, largamente, por el imperialismo yanqui. Desde el golpe reaccionario que desencadenó el proceso de la caída del gobierno de Yanukovich en 2014y más tarde de Poroshenko, instaurando a un gobierno títere del FMI y la UE. Ya de la mano de Poroshenko el imperialismo avanzó en una colonización económica y financiera de Ucrania bajo la bandera de la lucha contra la corrupción de la burguesía “oligárquica” surgida de la vieja burocracia, que se constituyó en receptora de las privatizaciones salvajes que llevó adelante el régimen restauracionista en beneficio del capital extranjero y sectores oligárquicos asociados. Los sucesivos acuerdos de Ucrania con el FMI, que lo ubicaron como el tercer país del planeta más endeudado con el organismo, tuvieron como contrapartida los despidos de decenas de miles de empleados públicos, el aumento de los impuestos al consumo, tarifazos en los combustibles y la devaluación de la moneda ucraniana, entre otras cosas. Para destrabar el último envío de fondos, provenientes de un nuevo acuerdo stand by con el Fondo, el gobierno ucraniano, con Zelenski a la cabeza, debió comprometerse a reducir el déficit fiscal en el Presupuesto 2022 y a privatizar los bancos PrivatBank y Oschadbank. Estas políticas terminaron por transformar a Ucrania en el país más pobre de toda Europa.

Junto a la colonización económica y la devastación social, el imperialismo y los gobiernos de Ucrania llevaron adelante una política guerrerista y fascistoide. El golpe contra Yanukovich contó con la organización y movilización de milicias paramilitares, llamadas de autodefensa, reaccionarias. Esas mismas organizaciones paramilitares son las principales promotoras de la integración de Ucrania a la Otan. Kiev violó sistemáticamente los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, que le otorgaban una relativa autonomía a las regiones de Donetsk y Lugansk. Por el contrario, Poroshenko primero y Zelenski después desarrollaron en forma ininterrumpida un asedio a la población del este ucraniano, a través del ejército y fuerzas paramilitares neonazis, como el Batallón Azov que recibió instrucciones militares de países miembros de la Otan. A su vez, el gobierno central avanzó en una “ucranización cultural” eliminando las lenguas no ucranianas -especialmente la rusa, que es utilizada por un 30% de la población, pero también la húngara y rumana- como lenguas oficiales. Entre 2014 y 2021, la política represiva y guerrerista del gobierno ucraniano, especialmente contra la población de las regiones separatistas, se cargó la vida de 15 mil personas. El gobierno de Zelensky ha ilegalizado y proscripto ahora a una docena de partidos opositores y de izquierda.

En todo este período, el gobierno norteamericano ha invertido –en el proceso previo a la guerra misma- 600 millones de dólares anuales en apoyo al gobierno ucraniano, y ha aportado armas y asesoramiento militar. La Otan ha realizado sistemáticamente ejercicios militares en el Báltico y el Mar Negro, que se recalentaron desde fines de 2021.

La implosión de la URSS en lugar de provocar la disolución de la Otan -creada en 1949 con el propósito declarado de defenderse de una eventual invasión soviética sobre Europa occidental- catapultó un proceso de extensión a la misma. Incorporando a los ex Estados obreros que rompiendo con la centralización de la burocracia moscovita y desarrollaron su camino de restauración capitalista. La Otan ha sumado a 30 naciones europeas en un verdadero cerco sobre Rusia, alimentado por bases militares, armas y tropas de los EE.UU. y otros apuntando a una guerra contra Moscú.

Es evidente, en este marco, que el gobierno de Ucrania opera como un peón del imperialismo mundial en el Este europeo. Ha confirmado reiterada y abiertamente su propósito inminente de incorporarse al pacto militarista de la Otan y rechazado todas las propuestas de Rusia para que no dé ese paso.

Pero lo hecho por las potencias de la Otan, luego de que Rusia invadiera Ucrania, termina por confirmar esta caracterización. Esto desmiente las afirmaciones de la IS y la UIT-CI, el MST y la LIS y el PSTU y la LIT-CI que sostienen que “no existe, hasta el momento, una intervención de la Otan ni de fuerzas militares de Estados Unidos” en Ucrania.

Después del inicio de la guerra directa, el Senado yanqui ha autorizado al envío de misiles antitanque Javelin y misiles antiaéreos Stinger, que se suman al nuevo despacho de armamento por valor de 350 millones de dólares que la administración Biden aprobó el mes pasado.

Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea (UE) para la política exterior y de seguridad, anunció en una reunión plenaria realizada en Versalles que se duplicará a 1.000 millones de euros la “contribución” “en forma de material militar” del imperialismo europeo al gobierno de Ucrania. Simultáneamente, se ha dispuesto pasar de 40.000 a 100.000 el número de contingentes de la Otan que serán estratégicamente distribuidos a lo largo de las fronteras del este europeo con Rusia.

Biden acaba de hacer aprobar en el parlamento norteamericano un presupuesto de 33 mil millones de dólares extra de “ayuda” a Ucrania. Y también ha resucitado la ley de “arriendo” que utilizó en 1941 para vender a crédito armamento a los aliados en la Segunda Guerra Mundial contra Hitler. Lo cual constituye al mismo tiempo un fabuloso negocio para la industria armamentística yanqui. A esto se suma, fundamental, la batería de sanciones económicas tomada por el imperialismo contra Rusia.

Los países miembros de la Otan eliminaron a los bancos rusos del sistema Swift, congelaron los activos del Banco Central de Rusia, se apropiaron de depósitos rusos en el exterior, pretenden congelar también los activos de todos los principales bancos rusos y excluirlos del sistema financiero del Reino Unido. Establecieron fortísimas restricciones a las exportaciones/importaciones a y desde Rusia. EE.UU. y Canadá ya han bloqueado las exportaciones de petróleo y gas desde Rusia a otros países y Gran Bretaña prometió ponerlo en práctica antes de fin de año. Países de la UE como Alemania o Francia no pueden adoptar esta medida por completo, porque dependen de esta importación de hidrocarburos para mantener en marcha sus economías. Pero los yanquis que ya han impuesto la cancelación de la habilitación del costosísimo gasoducto Nord Stream 2 –completamente terminado- que traslada gas de Rusia a Alemania han anunciado planes para armar un esquema alternativo para que llegue petróleo y gas a Europa, beneficiando seguramente a sus monopolios. También buscan que la UE al sumarse al boicot pierda independencia y pase a depender energéticamente del imperialismo yanqui. La UE anunció la prohibición general de los vuelos rusos, etc. Solo por estas medidas económicas se consideraría que se ha declarado la guerra contra Rusia.

Por otra parte, el estado de guerra contra Rusia que ha impuesto la Otan ha sido el puntapié del relanzamiento general de una política armamentista. Todos los gobiernos capitalistas han votado presupuestos con fuertes aumentos en el gasto militar. El gobierno alemán ha puesto fin a la doctrina que prohibía el envío de armas a países en conflicto y aumentó su presupuesto militar en ¡100 mil millones de euros!

Esto ha sido acompañado por una política general imperialista en materia de censura de informaciones desde Rusia, de persecución a quienes abogan contra el militarismo, llegando a imponer una rusofobia en materia cultural (proscripción de artistas, deportistas, científicos, etc. de esa nacionalidad). Es una política de censura política y cultural (Rusia ha sido proscripta del Mundial de Futbol, etc.) tendiente a alinear a la opinión pública mundial en forma incondicional con una posición bélica, justificadora eventual de ataques imperialistas directos. Se trata efectivamente de la reacción en toda la línea.

Sobre el “imperialismo ruso”

La responsabilidad principal de la guerra está a cargo del imperialismo que viene preparando hace largo tiempo este conflicto bélico. Esto no implica que Rusia esté en el lado “progresista” de la barricada. El ejército ruso no encarna una fuerza liberadora, sino es un vehículo de las apetencias de la oligarquía y la élite dirigente de Moscú apuntando a sojuzgar Ucrania en su provecho, reproduciendo los métodos de opresión nacional que viene desarrollando en las naciones que han quedado bajo su control y órbita de influencia. El régimen hoy liderado por Putin representa la contrarrevolución directa contra las conquistas de la revolución; es guardián de una superexplotación de los trabajadores donde los contrastes y desigualdades sociales están entre los más altos del planeta; es un eslabón de la cadena de dominación mundial del capital. El nacionalismo ruso, restauracionista, es reaccionario.

Partiendo de estas evidencias, muchas corrientes de izquierda caracterizan que Rusia es una potencia imperialista. Pero estas evidencias no nos pueden hacer perder de vista que Rusia ha quedado relegada como una potencia de segundo orden en el concierto mundial. En la jerarquía del capitalismo global, la hegemonía y el lugar protagónico le corresponde indiscutidamente a las principales metrópolis capitalistas, empezando por EE.UU.

Otras corrientes de la izquierda afirman que Rusia es una semicolonia que está resistiendo el avance imperialista de la Otan, justificando así el “ataque preventivo” de Putin contra Ucrania. La pretensión de equiparar a Rusia como una simple semicolonia del imperialismo mundial es errónea. Rusia se ha forjado como la segunda potencia militar del mundo (particularmente por la herencia del arsenal atómico recibida de la disolución de la URSS), solo atrás de Estados Unidos, y ha consolidado su esfera de influencia en varias de las antiguas repúblicas soviéticas, donde marca la agenda política en función de sus intereses. Rusia lidera la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que integra junto a Bielorrusia, Kazajistán, Armenia, Kirguistán y Tayikistán. El gobierno de Putin actuó para sofocar y reprimir las rebeliones populares en Bielorrusia y Kazajistán, en 2020 y 2021, respectivamente. Más atrás, jugó un papel decisivo en el sostenimiento del régimen de Bashar al-Assad en la guerra Siria, en colaboración estrecha con los regímenes iraní y chino. A su vez, Rusia ha firmado, en los últimos años, numerosísimos acuerdos de colaboración militar con países africanos. Y, al mismo tiempo, ejerce una influencia en algunos países latinoamericanos, como lo demuestra la estrechez política y comercial con los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Pero Rusia tampoco puede ser caracterizada como una potencia imperialista en el sentido marxista del término. Con la disolución del Estado obrero y la restauración capitalista, se ha venido abajo casi por completo. La industria rusa ha sido fuertemente destruida. Se ha transformado básicamente en un país rentista cuyos ingresos provienen de la exportación de commodities, especialmente gas y petróleo.

En 1989, inicio de la implosión de la URSS, esta ocupaba el 2° lugar desde el punto de vista del PBI en la economía mundial. Hoy, ocupa el 12°, habiendo retrocedido no solo relativa, sino absolutamente de 2,6 billones de dólares en 1989 a 1,3 billones en el 2020. Mientras que EE.UU. pasó de 5,9 billones a 19 billones, Japón creció de 3,1 billones a 4,4 billones. La Unión Europea está en 12 billones. Rusia está por debajo de Corea y de Brasil. Forma parte del llamado grupo de los países emergentes Bric constituido también por naciones como Brasil, India, Sudáfrica. ¿Ellos también se han transformado en potencias imperialistas?

Rusia entró en un caos y disgregación total con la implosión producida bajo el régimen de Yeltsin, que privatizó en forma salvaje y anárquica la propiedad estatal a favor de una nueva oligarquía burguesa surgida en gran medida de la vieja “nomenklatura” de la burocracia stalinista. Putin, proveniente de los servicios de seguridad estatal, emergió como un golpista, que instituyó un fuerte régimen bonapartista, sustentado en los servicios de seguridad. Se vio, incluso, obligado a reestatizar ciertos sectores económicos para, con mano dura, restablecer equilibrios y frenar el estallido ya no de la URSS disuelta, sino de Rusia. La restauración capitalista fue un desastre para Rusia. A duras penas fue contenida la tendencia a la disgregación nacional para no repetir el camino de Yugoslavia dividida-balcanizada, en el marco de fuertes guerras azuzadas por el imperialismo que, bajo el eufemismo de la “autodeterminación nacional”, impulsó la constitución de republiquetas subordinadas a la Otan y los imperialismos de la UE y EE.UU.

Putin ha proclamado su propósito de restaurar el viejo imperio ruso (de la época del zarismo), basándose en su poderío militar. Se trata de una ilusión reaccionaria. Estaríamos frente al intento de recreación de un imperialismo atrasado, de ocupación militar, hoy superado por la historia. Estos imperialismos antiguos como el imperio otomano no pudieron resistir el embate del imperialismo moderno actual, que es el imperialismo de los monopolios y el capital financiero. Como resultado de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano fue descuartizado por las potencias imperialistas (Francia, Gran Bretaña). Y el imperialismo zarista fue derrocado por la revolución proletaria, que destruyó la Rusia “cárcel de naciones” y puso en práctica realmente el derecho a la autodeterminación nacional. El de Putin es un intento imperialista con débil peso del débil capital financiero ruso y predominancia militar. Pero esta crisis ha servido para evidenciar que el proceso de restauración capitalista en Rusia, si bien destrozó la base de una economía estatal y planificada, no ha permitido desarrollar completamente a una clase burguesa nativa. Estamos, en ese sentido, frente a un proceso de restauración inconcluso.

En Rusia, al igual que en China, el Estado oficia como un gran árbitro que le ha permitido a un puñado de capitalistas selectos, en vínculo estrecho con la burocracia dirigente, un crecimiento extraordinario. Es lo que permite catalogar al régimen de Putin como un régimen bonapartista. Putin, en defensa de los intereses generales de la oligarquía capitalista local, choca con el capital extranjero, que pretende avanzar en una amplia colonización económica y financiera de los negocios que detenta hoy la burguesía rusa. Y, al mismo tiempo, oficia de árbitro de las disputas internas de la clase capitalista y no se priva de recortar los intereses de alguna de sus fracciones e incluso llegar al extremo de desapoderarla, si hiciera falta. Entretanto trata de mantener regimentada a la clase obrera, evitando que prospere una política independiente y socialista.

Putin busca un lugar para insertarse en el imperialismo mundial. En el 75° aniversario de la derrota del hitlerismo, en el 2020, Putin organizó un gran desfile militar en Moscú, mostrando su equipamiento militar, pero con un planteo de búsqueda de un acuerdo con el imperialismo. Haciendo un llamado a las potencias imperialistas a una negociación “para fortalecer la amistad, la confianza entre los pueblos y estamos abiertos al diálogo y la cooperación en los temas más esenciales de la agenda internacional, incluido el tema de la creación de un sistema de seguridad común fiable, que afronte rápidamente las necesidades del mundo cambiante actual”. “Es una respuesta directa al acrecentamiento de las guerras y sanciones comerciales que está imponiendo el gobierno de Trump y a las amenazas guerreristas que se están desarrollando” caracterizábamos (Prensa Obrera, 30/6/2020).

El ataque a Ucrania no fue entonces una acción repentina de Putin, sino largamente planteado por el gobierno bonapartista (pero acelerado por el curso de los acontecimientos). Lo que no quiere decir que no sea aventurero y que los actuales problemas militares (logísticos, etc.) no partan incluso de una baja moral de los soldados rusos llevados a defender los intereses de la camarilla restauracionista. Putin enfrenta la amenaza yanqui-Otan no con una política obrera, socialista e internacionalista, sino como un aspirante a “zar”. Se presenta como lo que es: el más furioso antibolchevique y contrarrevolucionario, con aspiraciones de colocar bajo su égida el futuro de Ucrania y de los pueblos de la ex URSS. Pero su acción militar ha reforzado el nacionalismo ucraniano, no ha logrado apoyo dentro del pueblo de Ucrania, a pesar de los sufrimientos que venía soportando con los ajustes fondomonetaristas. Y dentro de Rusia se calcula en más de 15 mil los presos políticos que se oponen a la “guerra de Putin” y por el respeto a la independencia de Ucrania. Es difícil constatar –por la fuerte censura informativa imperialista y del régimen putiniano- la existencia y envergadura de tendencias obreras independientes o marxistas revolucionarias que estén interviniendo con planteamientos socialistas internacionalistas.

Pero la guerra se ha desenvuelto en sentido contrario al que había manejado Putin. Las fuerzas rusas no consiguen terminar de quebrantar al régimen de Zelensky, que es el que está al frente de la resistencia a la invasión, armado fuertemente por la Otan.

El imperialismo yanqui es el más enemigo de arribar a un rápido tratado de paz. Ha visto en el empantanamiento de las fuerzas rusas, la posibilidad de ir más allá de su propósito de sumar a Ucrania a la Otan y colocar nuevas bases militares apuntando a Moscú. Cree que está dada la oportunidad para provocar una crisis política en el gobierno ruso que destituya a Putin. Una parte de la burguesía oligárquica rusa (y ucraniana) que era la base de sustentación social de Putin está virando hacia un compromiso con los yanquis, apretados por las sanciones que han lesionado sus intereses.

Crisis capitalista y estrategia imperialista

El documento internacional del XXVII Congreso del PO (marzo 2020) planteaba: “más allá de los avatares más inmediatos, el auge belicista responde a una razón de fondo. Por un lado, hunde sus raíces en las rivalidades y tensiones crecientes interimperialistas, potenciadas ahora por la recesión mundial. Por el otro, la tentativa de superar el impasse capitalista sobre la base de avanzar en una colonización de los Estados obreros y completar en su provecho, el proceso de restauración capitalista. El principal destinatario es el ex espacio soviético y el gigante asiático. La hegemonía política, económica y militar en Medio Oriente es parte del cerco tendido contra ambas naciones. Esto en el contexto del rearme general de las potencias capitalistas, en primer lugar, la norteamericana. El armamentismo, lejos de atenuarse, ha crecido sensiblemente”.

A dos años de nuestra caracterización, estas tendencias no solo se han confirmado en la realidad, sino que se están desarrollando aceleradamente. El hiperactivismo yanqui en la guerra de Ucrania tiene como uno de sus objetivos doblegar y disciplinar al imperialismo europeo detrás de su dirección. La perspectiva de Alemania, Francia, Italia y otros integrantes de la UE era transformar al este de Europa y a Rusia en SU patio trasero, estableciendo acuerdos “privilegiados” de inversión en sectores clave. Los yanquis vienen tratando de limitar este desarrollo. El método de aplicar sanciones económicas internacionales a países con los que se enfrenta EE.UU. no solo perjudica, en primer lugar, a estos, sino también a empresas europeas que tienen capitales invertidos en ellos (Irán, etc.). Frente a Rusia, Obama primero y luego Trump hicieron una oposición cerrada a la construcción del largo gasoducto Nord Stream 2 desde Rusia a Alemania (construido con capitales rusos, alemanes, etc.). Biden al ascender al poder anunció que abandonaba esta oposición, pero… ahora la presión yanqui-Otan ha llevado a que, ya terminado el gasoducto, el gobierno alemán -a regañadientes- aceptará no habilitarlo en solidaridad con el boicot contra Rusia. Empresas francesas se niegan a abandonar Rusia (Danone, Total, etc.) donde se han instalado ventajosamente. Un año atrás, el presidente francés, Macron, denunciaba la muerte de la Otan e insinuaba la formación de una Otan europea sin EE.UU. Hoy día, Biden ha conseguido en gran medida alinear al imperialismo europeo detrás de su dirección en la Otan. Pero las tensiones interimperialistas permanecen.

Fundamental a considerar es que la preparación de una guerra colonizadora sobre Rusia y China es política de estado yanqui. Pasan los gobiernos republicanos o demócratas, pero esa orientación estratégica del Pentágono y el Departamento de Estado va avanzando y profundizando. Las dificultades para salir realmente de la crisis económica mundial llevan más que nunca, que aparezca a los ojos de los monopolios y sus gobiernos imperialistas, como una salida la colonización total de los dos grandes conglomerados de China y Rusia. Que desplace a las burguesías oligárquicas surgidas de la restauración con las que han tenido que compartir la propiedad y explotación de sectores claves, para reemplazarla por la dominación directa del imperialismo, por la colonización imperialista.

Más allá de la actual guerra contra Rusia, el objetivo central es, sin embargo, China. Los EE.UU. están constituyendo un Otan del Pacífico. Biden le ha entregado submarinos atómicos a Australia y firmado un acuerdo militar que se extiende a Gran Bretaña, India, Japón y otros países de Asia. Constantemente se plantean provocaciones yanquis en el Mar de China. Y está usando la amenaza de declarar la independencia de Taiwán (parte integrante históricamente de China, reconocida en su momento por EE.UU.) –y rearmándola masivamente- como está usando el “derecho” de Ucrania de incorporarse a la Otan.

La emergencia de la guerra contra Rusia ha modificado parcialmente los pasos guerreristas del imperialismo yanqui. Ahora, está presionando a China para que no apoye a Rusia y se pliegue al sistema de sanciones imperialistas contra Rusia. Caso contrario, amenaza de ir incrementando sanciones similares contra China. Si bien la burocracia dirigente China hizo buenas migas con Putin antes de la invasión, en la actualidad se nota una “solidaridad” restrictiva. No se ha definido contra Rusia (en el Consejo de Seguridad de la ONU se abstuvo), pero reclama el respeto de la integridad territorial y mantiene relaciones con Ucrania con la cual tiene firmados acuerdos económicos en el marco de “la ruta de la seda”.

La burocracia gubernamental china y su burguesía oligárquica surgida del proceso de restauración capitalista, ponen las barbas en remojo, frente a la ofensiva de la Otan sobre Rusia, en lugar de salir a enfrentarla. El viaje de Biden al encuentro en Europa con la Otan pretende, también, sumar a la UE a una política de presión más activa contra China.

El imperialismo yanqui ha venido perdiendo gran parte de su poder hegemónico. El golpe más reciente y profundo fue que tuvo que abandonar, con el rabo entre las patas, Afganistán después de una década de ocupación militar. La guerra comercial con China ha tenido éxitos relativos y también perdidas para los EE.UU.; las grandes revueltas de masas en los propios EE.UU. de fines del gobierno de Trump; las rebeliones latinoamericanas e internacionales contra los ajustes fondomonetaristas; la persistencia del impasse capitalista y su crisis. Son síntomas de este retroceso hegemónico. El propio hecho de que Putin se animara a la invasión de Ucrania tiene que ser incorporado a este deterioro y retroceso de la hegemonía yanqui.

Biden no consigue remontar en las encuestas y ve acercarse una derrota electoral en noviembre próximo. A pesar de los diferentes subsidios otorgados a las masas, el deterioro social es creciente. Parecido a la Argentina, los “planes” no resuelven el empobrecimiento estructural de amplios sectores de las masas, en que han entrado los EE.UU. La derecha de Trump mantiene un fuerte peso electoral y actúa rearmando sus posiciones (incluso en el ámbito internacional: foto con Macri, etc.).

Pero la instrumentación de la guerra de Ucrania es, también, un intento de Biden de retomar una iniciativa estratégica. Ha logrado unificar al conjunto de las potencias imperialistas europeas detrás de la política de confrontación de la Otan propugnada por los EE.UU. Ha sumado a naciones que se declaraban “neutrales” como Suecia y Finlandia, que están estudiando también el ingreso a la Otan. Ha ganado a la mayoría de la “opinión pública” europea mundial detrás de su política guerrerista de “defensa de la soberanía de Ucrania” contra el imperialismo ruso. Esto ha sido posible también por el carácter reaccionario de la política de Putin.

Nuestro planteo es rotundo y militante: “Guerra a la guerra”. Fuera la Otan de Ucrania y de toda Europa del este. Disolución de los grupos paramilitares fascistoides de Ucrania. Disolución de la Otan. Repudiamos la invasión de Putin. Cese inmediato de los bombardeos. Retiro de las tropas rusas. Por una Ucrania independiente, única y socialista, única forma posible de su autodeterminación. Libertad a los presos políticos rusos por oponerse a la guerra. Derecho a manifestación y organización política independiente de los trabajadores en Rusia y Ucrania. Llamamos a oponer a la guerra fratricida que promueve la Otan y Moscú, la unidad, solidaridad y confraternización de los pueblos ruso y ucraniano para frenar la carnicería de la guerra y acabar con sus responsables y agentes locales. Es necesario impulsar esta predica en toda la región yen todos sus ámbitos, incluido los campos de batalla. Por gobiernos obreros en Ucrania y Rusia. Por la unidad internacionalista de las clases obreras en toda Europa. El principal enemigo es el imperialismo y los regímenes reaccionarios que nos gobiernan en cada país. Por la unidad socialista de Europa, incluyendo a Rusia.

Las bases de las guerras imperialistas

El estallido de la guerra en Ucrania evidencia la falacia de quienes decían que con la restauración capitalista se ahuyentaba definitivamente la guerra fría y la posibilidad de una guerra caliente entre los ex estados obreros y el imperialismo. O de los que propagandeaban que la globalización imperialista, terminaría definitivamente con las guerras de todo tipo, porque la economía mundial estaría integrada y sería interdependiente. Este planteo presupone que una especie de “gobierno mundial” de los monopolios, un ultraimperialismo, podría armonizar el desarrollo económico-social y evitar los conflictos y guerras. Pero esto es una utopía y un arma de propaganda de los planes imperialistas. La época del imperialismo no elimina la competencia entre capitalistas, sino que la concentra, la eleva y la hace mucho más peligrosa, porque la transforma en competencia entre monopolios con Estados y ejércitos nunca antes vistos en la historia de la humanidad. Ahí están como demostración las dos guerras mundiales del siglo XX, expresión de la disputa interimperialista por el reparto del mundo. Y las guerras imperialistas contra las semicolonias que muchas veces terminan siendo guerras por procuración donde, aunque no en forma directa, terminan enfrentándose diversos monopolios apoyados por diferentes potencias imperialistas (Libia: donde el ENI italiano y la Total francesa, ambos con una serie de aliados capitalistas, apoyan a distintos gobiernos por el control del petróleo; etc.).

La base está en la crisis capitalista mundial que ha agotado las posibilidades de desarrollo progresivo del sistema capitalista. Se trata de una crisis de sobreproducción capitalista, donde “sobran” las mercancías, los capitales, la mano de obra y de la verificación de las dificultades de valorización del capital, que se ve acuciado por la tendencia a la caída de la tasa de ganancia.

La crisis financiera del 2008 fue un salto en calidad en el proceso de agotamiento del sistema capitalista. Fue comparada con la de 1929 que originó la “gran depresión” de la cual el capitalismo solo pudo “salir” con la Segunda Guerra Mundial.

La guerra es parte inevitable del proceso de agotamiento histórico del capitalismo y de la tendencia a su descomposición y estallido.

China y restauración capitalista

La restauración capitalista no abrió una ruta de progreso y desarrollo ni para los ex Estados obreros de Europa Oriental, ni para Rusia. Los primeros se han transformado en colonias del FMI y la Otan y han sido arrastrados a acompañar la política belicista del imperialismo contra Rusia.

Pero, algunos analistas, particularmente en la izquierda, plantean que China no solo ha logrado superar el atraso nacional (que el Estado obrero burocratizado no pudo resolver), sino que se ha transformado en una potencia imperialista, que está luchando por superar a los EE.UU. en la hegemonía mundial. Sucede que China ha tenido un extraordinario desarrollo, particularmente en los últimos 20 años, que la ha llevado a contar con una participación en el PBI global del 7,9% en 2001 al 19,2% en 2019, ubicándose solo por detrás de EE.UU. No solo eso, sino que ha incursionado en el desarrollo tecnológico y en otras áreas, lo que ha motivado un mayor enfrentamiento y choques con los EE.UU.

Pero una comprensión del lugar que ocupa China en el terreno internacional no puede limitarse a una mirada superficial o impresionista y debe ahondar en un análisis concreto. La afirmación, por ejemplo, de que China ocupa el primer lugar en el comercio exterior no informa que más del 80% de este es obra de empresas privadas y que más del 70% corresponde a las corporaciones transnacionales. Que a su vez los grandes destinos de exportación están dirigidos a los EE.UU., Japón, Corea, entre otros. Es decir, que en muchísimos casos se trata de un intercambio de una misma empresa imperialista radicada en China, con su casa (o país) central instalado en la metrópoli. Empresas imperialistas radicadas en China para explotar la mano de obra asalariada muy barata allí existente (cosa que ha ido disminuyendo por mejoras salariales y que está derivando en nuevas deslocalizaciones del capital hacia países más baratos salarialmente: Vietnam, etc.) y acrecentar la valorización de sus capitales. Y usarla incluso, para chantajear e imponer reducciones de salarios y conquistas a los trabajadores de las metrópolis. Lo mismo frente a la característica esencial del imperialismo de exportación de capitales. La inversión imperialista directa en China era en el primer semestre del 2021 de alrededor de 900 mil millones de dólares (acercándose al ¡billón! de dólares) y hacia sectores productivos claves. En cambio las exportaciones de capital de China están dirigidas generalmente a la financiación de obras públicas (en el marco del plan de “la ruta de la seda”) y/o en algunos sectores de materias primas (exportación de granos, etc.)

La publicitada creciente superioridad tecnológica de China se está viendo abruptamente frenada por las medidas de control y guerra económica desarrolladas por EE.UU. La norteamericana Apple es, en la actualidad, el principal vendedor de aparatos de telefonía inteligente y móvil del mercado chino, por encima de Huawei, la empresa estandarte de la República Popular. Las exportaciones desde EE.UU. se elevaron hasta superar los 50 millones de unidades, dejando atrás a Huawei en casi 10 millones.

Debido a la persecución comercial de Trump, Huawei redujo en más de 30% su presencia en el mercado mundial. El mayor instrumento de dominio que tiene EE.UU. sobre Huawei es el control absolutamente hegemónico que ejerce sobre el mercado global de semiconductores (“chips”), que son el insumo esencial para la fabricación de equipos de smartphones en la economía global.

EE.UU. prohibió a Huawei el acceso a los “chips” de patente norteamericana en cualquier lugar del mundo, medida que ha demostrado ser notablemente eficaz, evidenciando de paso que esta empresa era en sectores claves una armaduría. Huawei ha enfrentado esta ofensiva concentrándose en los segmentos de menor valor agregado y precios inferiores.

Mientras Huawei es perseguida en todo el mundo por el imperialismo norteamericano, Apple se instala plenamente en China. Apple ha adquirido un virtual monopolio en el mercado de equipos medios y finales de smartphones en el mundo, que son los más redituables.

Por supuesto que no es el único caso.

Tesla, el principal fabricante yanqui de automóviles eléctricos, vendió en el mercado chino casi 500 mil coches construidos en su planta instalada en Shangai, en el último quinquenio. Esta gran fábrica se ha convertido en el principal centro exportador de Tesla al mundo. Tesla es en China una empresa 100% de capital norteamericano y actúa con total autonomía y en igualdad de condiciones que las otras empresas de China. El mercado chino de automotores se ha abierto por completo a la competencia y al capital extranjero en los últimos tres años, con un auge fenomenal de la presencia de compañías alemanas, japonesas, y estadounidenses.

“Las multinacionales extranjeras están redoblando sus inversiones en China, estableciendo miles de nuevas empresas y ampliando las existentes. A pesar de las tensiones económicas y financieras y de una serie de restricciones extranjeras a la transferencia de tecnología a China, este país sigue atrayendo cantidades récord tanto de inversión extranjera directa como de flujos de inversión de cartera en acciones chinas cotizadas en bolsa y bonos del Estado chinos…” (Estudio del Banco Santander basado en un Informe del Ministerio de Comercio de China, noviembre de 2021). Para The Economist del 5 de septiembre de 2020, “China está creando oportunidades [que el capital extranjero no esperaba, al menos no tan rápido]”. La magnitud de las entradas de capital de Estados Unidos en China es difícil de estimar porque “muchas empresas chinas que emiten acciones tienen filiales en paraísos fiscales extraterritoriales”. Según un informe de Investment Monitor del 13 de julio de 2021, China tiene más filiales en las Islas Caimán que cualquier otro país “después de Estados Unidos, Reino Unido y Taiwán”.

Como potencia militar, China está lejos de EE.UU. El presupuesto militar yanqui es de 770 mil millones de dólares. El de China: 250 mil millones. Las ojivas nucleares norteamericanas son 3.750, las chinas 272. Los chinos tienen 2 portaviones, los yanquis 11, etc. Respecto a las bases militares, los yanquis tienen unas 260 alrededor de todo el mundo (4 en España, 6 en Japón, etc.), mientas que los chinos tienen unas 4 (una de ellas no armada, declarada como estación de seguimiento-radar de satélites espaciales, en Neuquén). En términos geopolíticos, pese a los avances económicos, no ha logrado una hegemonía en su propia zona directa de influencia asiática. Más aún, asistimos a una escalada imperialista de alianzas militares regionales contra Pekín, que agrupa a potencias de la zona, por un lado y a un impulso renovado, acicateado por Washington, del separatismo de Taiwán, por el otro.

Desde el punto de vista teórico y proyectando estadísticas, China se podría convertir en una potencia imperialista. Eso hacía la burocracia del Estado obrero soviético degenerado en épocas de Stalin y Kruschev, proyectando en cuánto tiempo podría superar el nivel de las fuerzas productivas imperialistas y entonces declarar el triunfo del socialismo. No olvidemos que la URSS era también segunda potencia mundial y primera en una serie de sectores (aeroespacial, etc.). El maoísmo la caracterizó entonces como el “socialimperialismo ruso”.

Pero no se pueden tomar las estadísticas en abstracto.

Trotsky explicó que la superación del imperialismo en el plano productivo por parte de un Estado obrero no se podía dar solo por medio de un crecimiento económico. El dominio imperialista del mercado mundial podía golpear fuertemente al Estado obrero aislado con el peso de su productividad superior, con los precios más baratos y la mejor calidad de sus mercancías (y, por supuesto, con el manejo y control financiero mundial). La “globalización” imperialista ha acentuado este dominio como lo acaban de demostrar las sanciones económicas aplicadas a Rusia (exclusión del Swift de intercambio interbancario, etc.).

Esto ya se fue aplicando sobre otros enemigos que el imperialismo yanqui quería someter. Habiéndose obligado a retirarse de Afganistán, el gobierno de Biden incauto más de 7 mil millones de dólares de las reservas monetarias de este país, que él mismo dictaminó debían ser depositados en bancos del exterior bajo control imperialista; y directamente ha confiscado una parte considerable de esos fondos para subvencionar a las víctimas del atentado a las Torres Gemelas, liberando al gobierno de esa carga. Esto está condenando al hambre de amplias masas afganas. Pero la “solidaridad” del gran capital mira para otro lado sobre este genocidio en marcha. La defensa de la autodeterminación nacional ha sido archivada para Afganistán.

En el plano de las finanzas internacionales, la distancia que separa a China de las naciones más avanzadas es sideral. El reimibi apenas representa un 2 por ciento de los pagos internacionales y un escaso 1 % de las reservas de los bancos centrales mundiales. Viene teniendo una tendencia declinante. A pesar del declive de EE.UU., el 75 % de las transacciones se sigue realizado en dólares. Se trata de una contradicción cuya superación plantea una reestructuración del sistema financiero que no puede ser indoloro.

La expansión de China a través de las rutas de la seda, a su turno, no nos puede hacer perder de vista que el 80 % del comercio se realiza por vía marítima. Si bien Pekín ha hecho progresos en ese rubro, la supremacía de las principales metrópolis sigue siendo considerable.

El dominio del mercado mundial por el imperialismo plantea la guerra o la revolución, no una evolución pacífica de la acumulación económica. La guerra de Ucrania permite constatar esto con certeza. Un estudio publicado en el diario Clarín, antes que se iniciara el conflicto armado, señalaba que Rusia estaba en su mejor momento económico: llena de reservas muy superiores a su deuda externa, altos precios de sus materias primas exportables (hidrocarburos, granos, metales, etc.) que garantizaban para el próximo período un flujo constante superavitario de divisas, etc. Pero las sanciones que tomaron los diversos imperialismos siguiendo la orden de los yanquis contra Rusia redujeron de un plumazo sus grandes reservas de divisas a la mitad, bloquearon sus exportaciones, decretaron una estampida de capitales.

En el análisis, no puede estar ausente el creciente intervencionismo estatal en China. El gobierno de Xi Jing Ping dio a conocer regulaciones para erradicar prácticas monopólicas que apuntan fundamentalmente a reducir la influencia de las corporaciones como Alibaba, Tencent y otras empresas tecnológicas líderes. Estos anuncios empalman con un renovado impulso a la injerencia partidaria en el mundo empresario, que se extiende también al universo de empresas privadas en las que la presencia del PCCh era reducida comparada con las estatales.

El panorama aquí descripto corrobora que la burguesía todavía no ha logrado consolidarse como clase dirigente. Sigue oficiando de segundo violín en un escenario en que el Estado chino sigue concentrando las principales decisiones del país. El proceso de reconversión capitalista es extremadamente desigual y aún está en pañales en el campo donde predominan relaciones sociales y de propiedad preexistentes. Todos estos hechos dan cuenta del carácter inconcluso de la restauración capitalista

A la hora de caracterizar si China es un país imperialista no se puede hacer una abstracción del hecho que las potencias imperialistas adquirieron esa condición en una etapa de ascenso del capitalismo. China, en cambio, inicia este proceso a partir de una economía estatizada donde el capital fue expropiado y en el marco de una decadencia histórica capitalista. En este contexto, la restauración capitalista está llamada a ser peculiar; de ninguna manera va ser una réplica de la experiencia del pasado. El contexto internacional, en el marco de un mercado saturado y con sobreabundancia de capitales, condiciona la emergencia de una nueva potencia y menos aún de carácter hegemónico, lo cual supone una restructuración total, generalizada y violenta de todo el sistema capitalista que no puede equipararse con los casos previos en que el liderazgo pasó de manos de Holanda a Gran Bretaña y luego a los Estados Unidos En resumen, teóricamente no se puede descartar una transformación de China en un país imperialista pero la misma no podrá ser indolora sino convulsiva, con confrontaciones no solo en el plano económico sino bélico. Un escenario de guerra internacional abre un terreno para que pueda colarse e irrumpir la clase obrera china y mundial. La suerte de China, en definitiva, está condicionada por la lucha de clases al interior del gigante asiático y a escala global.

Quienes proclaman que China es imperialista dan por resuelto estos escollos y contradicciones. En realidad, sin advertirlo, terminan adjudicándole una capacidad al capitalismo de regeneración y superación de su impasse cuando es, precisamente, lo que no ha logrado resolver. Si China lograra completar su desarrollo capitalista y transformarse en un país imperialista en forma relativamente pacífica, el capitalismo, a su modo, habría logrado remover las trabas con que tropieza al proceso de acumulación capitalista y que actúan como un freno al desarrollo de las fuerzas productivas. La emergencia de China como sustituto de EE.UU. expresaría la vitalidad de un régimen social y no su decadencia. El gigante asiático sería el ancla para un nuevo florecimiento del capitalismo. Esta premisa económica, sin embargo, no se compadece con la realidad capitalista que enfrentamos.

El capital internacional tuvo inicialmente al Estado chino como un aliado para integrar al gigante asiático al proceso mundial de acumulación capitalista; lo mismo puede decirse de la burguesía nativa china que creció a la sombra y bajo la protección de la elite dirigente del PCCh. Pero con el tiempo se ha ido transformando en un escollo para ambos sectores. El imperialismo, por un lado, y la burguesía nacional, por el otro, cuyas aspiraciones, intereses y apetitos no son siempre coincidentes -y resulta en muchos casos antagónicos-, vienen pugnando por llevar a la práctica las reformas que pongan fin a las regulaciones y proteccionismo estatal aún vigente y, por esa vía, acelerar la restauración capitalista. Uno de los aspectos es afianzar la seguridad jurídica en materia de derechos de propiedad que está sometido en muchos casos a la discrecionalidad del gobierno chino.

“El dinamismo (económico) convive aún con los tentáculos de un Partido Comunista que lo abarca casi todo. China tiene unas 150.000 empresas estatales. Es una cantidad ínfima en comparación con el total de compañías que existen en el país, pero su poder es abrumador. Actúan en un régimen de casi monopolio en industrias clave, de las telecomunicaciones a la energía, y pese a ser menos eficientes y productivas nadie puede competir contra ellas por la protección del Partido” (El País, 8/1/20).

Las tensiones Estado-capital privado dominan la vida económica y política del país. Esta situación es reforzada por el hecho que la restauración capitalista no se abre paso en un país colonial sino en el marco de un Estado que es un producto residual de una revolución social y que logró preservar la unidad nacional del China. Esta circunstancia le otorga a la elite dirigente del PCCh una margen de maniobra y autonomía incomparablemente mayor que cualquier otro país de la periferia.

El Estado chino no solo está sometido a las presiones del imperialismo y la burguesía nativa sino también potencialmente a la presencia de la numerosa y concentrada clase obrera que viene reclamando por sus derechos contra la superexplotación. El imponente desarrollo capitalista ha ido acompañado de un crecimiento espectacular de la clase obrera. Esta circunstancia condiciona todos los pases de la burocracia, que oscila entre adaptarse a las exigencias de una mayor apertura económica, por un lado, o recurrir al intervencionismo estatal para evitar un descalabro económico y que la situación social se desmadre, por el otro. La presión del capital a favor de una liberalización choca con el temor fundado que provoca la posibilidad de que un clima de una mayor relajación de la rígida regimentación que reina en la vida política del país sea el disparador de una irrupción del proletariado chino. La conflictividad sindical, por más que se la oculte, es creciente.

Los factores que señalamos vuelven a reafirmar la caracterización de Trotsky que la restauración capitalista no se podrá terminar de consumar sin grandes convulsiones sociales y guerras. La represión de Tiananmén ayudó a consolidar al gobierno bonapartista, pero no cerró el doloroso proceso restauracionista.

La capacidad de arbitraje del régimen bonapartista de XiJin Ping quien ha pasado concentrar en sus manos un poder excepcional va ser puesta a prueba. Ingresamos en una nueva etapa convulsiva de la historia china, cuyo desenlace estará signado, como ya ocurrió en el pasado, por la lucha de clases nacional e internacional.

Cuál es el momento actual de la crisis económica capitalista

Políticos y economistas burgueses afirman que la pandemia volvió a hundir al mundo capitalista en la recesión, luego de haber salido de la gran crisis del 2008. En realidad, la recesión comenzó a desarrollarse antes del estallido pandémico. La intervención anárquica de las potencias y gobiernos capitalistas en la crisis pandémica profundizó la crisis sanitaria y también la recesión. Ahora vuelve a afirmarse que habiendo superado la pandemia (cosa que no es verdad) definitivamente estamos saliendo vigorosamente de la contracción económica mundial.

Según datos del FMI la recesión iniciada a fines del 2019 y estimulada por la pandemia de Covid desde fines de febrero 2020 produjo una contracción económica mundial del 3,5%. Informes de la ONU señalan que el 2021 terminó, en cambio, con un crecimiento mundial del 5,5%. Pero esto ha sido totalmente desigual para los diferentes países. Un informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) señala que sobre 44 naciones, 17 han crecido pero aún no han logrado retomar el nivel económico prepandemia del 2019.

¿Hay luz al final del túnel de la crisis?

Pronósticos de la ONU hablan de un “estancamiento” de la actividad económica mundial en el 2022. De una desaceleración que empezó a evidenciarse desde fines del propio 2021. Según su estudio –de principios de año- la actividad económica crecería un 4% en el 2022 (menor al crecimiento del 2021) y volvería a bajar a un 3,5% de crecimiento en el 2023. Para América Latina es más preocupante, pasaría de un crecimiento del 6,5% en el 2021 a un 2,2% en el 2022.

No estamos, evidentemente, frente a una reactivación consistente de la economía mundial capitalista, sino frente a un rebote natural de la fuerte contracción del 2020. A esto hay que sumarle las consecuencias que va a generar la guerra de Ucrania, que profundizarán el retroceso.

El freno del repunte económico mundial se combina con una inflación que se ha disparado mundialmente y que no tiene perspectivas de ceder.

La inflación en los EE.UU. en el 2021 fue del 6,8%, el peor dato registrado en los últimos 39 años. Pero el Bank of America informa ahora que este año superará el 7%. Revisa su propio pronóstico de que bajaría respecto al 2021 a un 6,3%. The Economist indica que ya en febrero el índice de los precios al consumidor se coloco en los EE.UU. en el 7,9% de crecimiento interanual.

La misma tendencia se evidencia en la Zona Euro: la inflación subiría al 6%, superando el 4,9% del 2021 (y los pronósticos iniciales para el 2022 que daban 4,4%). Incluso para Japón, una potencia sumergida en la deflación desde hace largo tiempo, la inflación subiría por arriba de un 2% este año. El incremento de los precios de la energía (petróleo, gas, carbón) y de los alimentos venían a la cabeza de esta escalada inflacionaria.

La guerra de Ucrania repercutirá directamente en acelerar el aumento de precios de alimentos y energía, que son los que más repercuten sobre el bolsillo de los trabajadores. El FMI advierte que este “es un golpe duro para la economía mundial y en especial para Latinoamérica”. La inflación en las cinco economías más importantes de este continente (México, Chile, Colombia, Perú, Brasil) superaría el 8%. La Argentina es la “excepción” porque con un 53% de inflación ya se coloca en las puertas de la hiperinflación.

Siendo Rusia uno de los mayores productores mundiales de hidrocarburos, el boicot imperialista a sus exportaciones ya ha llevado el barril de petróleo a superar la barrera de los 100 dólares. El precio del gas se ha más que triplicado en Europa, lo que le está dando un impulso fenomenal a la carestía que golpea al consumidor popular. (En la Argentina también se notará con la importación en los barcos gasíferos con el inicio del frío invernal.) Pero, donde se está generando una verdadera crisis mundial es en torno al problema alimentario. La guerra y el boicot imperialista a las exportaciones rusas (y la imposibilidad de exportar de Ucrania) elevan fuertemente el precio del trigo (y su producto directo: las harinas) y los demás granos alimenticios y/o forrajeros.

Según la FAO (organismo de la ONU para la agricultura y la alimentación) los precios de los alimentos batieron en febrero los récords históricos en 61 años. Subieron más incluso que el anterior récord histórico en febrero 2011. Entonces estos aumentos de los granos y los combustibles y los límites capitalistas de los gobiernos del norte de África que no contaban con los fondos para importarlos, detono una tempestuosa ola de luchas de masas conocida como la Primavera Árabe que volteo gobiernos y desarrollo procesos revolucionarios (Túnez, Egipto, etc.).

Hoy se vislumbran panoramas similares. Egipto está al borde de la masacre social del hambre y del estallido popular. Importador neto de granos alimenticios, a pesar de altos subsidios gubernamentales, los precios que debe pagar el pueblo trabajador han aumentado arriba del 50%. El mismo panorama se dibuja en Túnez, Siria, Argelia y Marruecos.

El levantamiento popular, con gran participación de la clase obrera organizada, en Sri Lanka cuyo gobierno ha declarado el default y no tiene divisas para comprar alimentos, indica una tendencia al caos que irá produciendo la guerra y a la intervención protagónica de las masas.

El responsable ¿es el capital o el trabajo?

Los economistas capitalistas y sus entidades financieras afirman que la causa del alza de los precios viene por el exceso de demanda, por el hecho de que bajo la pandemia una parte de la población trabajadora que tiene ingresos, ahorró estos porque no tenía en qué gastarlos, estando en cuarentena. Ahora habrían inundado el mercado con sus ahorros y como el capital no se preparó se ha provocado esta inflación de precios. La imprevista excesiva demanda sería entonces la causa del aumento de precios.

Pero no es así. La inflación actual no viene por el lado de la demanda sino de la oferta. Ya antes de la pandemia se registraba una caída de la oferta, con el ingreso en la recesión, con su curva descendente en el comercio mundial y la producción. Una de las causas fundamentales de la falta de oferta que hace aumentar los precios, en el inicio de un ligero reanimamiento económico, es lo que llamamos la “huelga de inversiones” de los capitalistas. La causa de esta falta de inversiones capitalistas productivas se encuentra en la crisis de sobreproducción y la caída de la tasa de beneficio del capital. Esto frena la inversión -y por consiguiente el crecimiento económico- cuyo motor de impulso principal es el lucro capitalista.

La escasa perspectiva de un reanimamiento sostenido del crecimiento económico y la sobreabundancia de capitales invertidos que están semiociosos hacen que no sea “rentable” construir nuevas empresas o expandir la capacidad de producción por demandas transitorias y coyunturales. Esta es la causa por la que una gran masa de capitales ociosos se vuelca a la especulación no solo en torno a la recompra de sus propias acciones en la bolsa, aumentando artificialmente sus “ganancias”, sino también con la creación acelerada de nuevos instrumentos financieros (mercados de materias primas a futuro, etc.) que “valorizan” los capitales sin intervenir directamente en el desarrollo de la producción. Las “correcciones” crecientes de caídas catastróficas en los valores de las acciones en las bolsas y luego, en muchos casos, nuevas alzas espectaculares indican el carácter especulativo de las mismas y el peligro de una crisis financiera en toda la línea.

Frente a la falta de “oferta” que ellos provocan por la falta de inversiones, los monopolios prefieren ganar beneficios por aumento de los precios aprovechando la escasez relativa de las mercancías requeridas y la cartelización de importantes ramas de la producción.

Ya antes del inicio de la guerra de Ucrania, los precios de los hidrocarburos subieron aceleradamente. Esto se debe al control oligopólico de los pulpos petroleros que han decidido en la Opep (Organización de Países Exportadores de Petróleo) autolimitar sus cupos de producción para volcar al mercado. En nuestra revista EDM N° 58 publicamos el ejemplo de la caída de las inversiones petroleras de 750 mil millones dólares en el 2014 a un estimado de 350 mil millones para el 2021

La huelga de inversiones reinante en la actualidad es expresión y consecuencia de la crisis de sobreproducción. El capital ha puesto un freno a la producción que no satisface las expectativas de rentabilidad esperadas. Hay ¨demasiados” capitales, “sobran” capitales en relación no a las necesidades sociales sino a las posibilidades de lucro. La declinación de la tasa de ganancia a la que venimos asistiendo (y que ahora se acentúa) actúa como una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas; y está en la base del presente impasse capitalista.

Las crisis de sobreproducción no se deben al subconsumo, o la insuficiencia de la demanda -como plantean keynesianos y neokeynesianos. La superación clásica de las crisis capitalistas de sobreproducción se “resuelve” eliminando el capital “sobrante” y abriendo nuevas oportunidades para las inversiones capitalistas. Sin embargo, paradójicamente, ese mecanismo clásico fue relativamente inhibido y neutralizado a través de los rescates puestos en marcha por los Estados capitalistas, temerosos de las consecuencia económicas, sociales y políticas que podría provocar una limpieza de esas dimensiones.

La pandemia, también, contribuyó a la baja de la oferta capitalista. La interrupción de la actividad productiva derivada de la propagación el virus se vio potenciada por los escollos inherentes a la propia organización de la producción que predomina en el mercado capitalista. Las cadenas capitalistas, que integran en muchos casos un mismo grupo monopólico, funcionan cada vez más, sin stocks, bajo las premisas del “just on time”. Así bajan costos y frenan, ultraparcialmente, la caída de su tasa de beneficios. Pero al producirse un cortocircuito de uno de los elementos de la cadena se terminan deteniendo ramas enteras de la producción. Es lo que está sucediendo ahora, nuevamente, con el relanzamiento de una nueva cepa del coronavirus en China que ha llevado a la cuarentena de ciudades enteras y el cierre de sus puertos de exportación (Shanghai, etc.).

Un factor clave es la gigantesca emisión monetaria que ha sido destinada a los rescates gubernamentales de los capitalistas al borde de la quiebra. La compra subsidiada de activos en situación de bancarrota por la Reserva Federal yanqui ha pasado de un billón de dólares, en el 2008, a 9 billones en el momento actual. Esto se une al crédito barato, regalado, al bajar la tasa de los bancos centrales prácticamente a cero. Esta es una de las causas centrales de la actual escalada inflacionaria. Ha llevado al agotamiento de los recursos públicos y un endeudamiento monstruoso de los Estados.

Viene al caso señalar que la especulación que se nutrió de los fondos públicos no solo fue a parar a los activos financieros, sino que se desplazó al mercado de los comodities y es responsable del aumento experimentado por las materias primas ya antes de que estallara la guerra.

Estos factores, que se retroalimentan entre sí, han roto los equilibrios existentes: está provocando una desvalorización del dólar, que sumado a la conmoción política internacional (guerra de Ucrania, etc.) puede precipitar un abandono de esta y otras monedas-divisas y el refugio en el oro o en otros activos que funcionen como reservas de valor. La creación de las criptomonedas son un intento de salir al paso a esta tendencia, ya que las mismas no estarían reguladas por los bancos centrales. Pero por ahora han jugado un gran rol especulativo y amenazan con convertirse en reas de grandes fraudes.

Si se confirmara esta tendencia, estaríamos ante una dislocación monetaria del mercado y la economía mundial y un salto cualitativo en la crisis capitalista.

Como señaló la revista The Economist, las sanciones económicas tendrán consecuencias: “Cuanto más se utilicen, más países tratarán de evitar depender de las finanzas occidentales. Eso haría que la amenaza de exclusión fuera menos poderosa. También llevaría a una peligrosa fragmentación de la economía mundial. En los años ’30, el miedo a los embargos comerciales se asoció a una carrera hacia la autarquía y las esferas de influencia económica”.

China “estará examinando cuidadosamente las implicaciones de las sanciones rusas, porque en una guerra, o incluso en un conflicto por Taiwán o algún otro asunto, Estados Unidos y las potencias occidentales podrían congelar sus 3,3 billones de dólares de reservas de divisas. Otros países, como la India, pueden preocuparse por ser más vulnerables a la presión occidental”, según The Economist (extraído de WSWS, 20/3).

El panorama creado por la guerra podría acelerar la búsqueda de sustitutos a la divisa norteamericana. El escenario bélico pone en el centro del debate la sustentabilidad y consistencia del dólar como moneda internacional, surgido de los acuerdos de Bretton Woods.

A diferencia de la crisis del 2008, China no solo no actúa como “locomotora” para una salida reactivadora con su excepcional demanda mundial de materias primas, sino que está ralentizando su producción. La reciente crisis del monopolio inmobiliario Evergrande en China es la punta de un iceberg de sobreendeudamiento de numerosas empresas chinas.

Para enfrentar estas tendencias inflacionarias la FED norteamericana (Banco Central yanqui) elevó las tasas de interés. El aumento inicial ya estaba recontraanunciado, pero sorprendió por lo modesto ya que se circunscribió apenas a 0,25 puntos porcentuales cuando la expectativa de los mercados era más elevada. Se terminó confirmando esta “expectativa”: la FED aumentó 0,50 puntos nuevamente, a principios de mayo (y se insinúa nuevo aumento en junio). Indica la preocupación frente a la persistencia de la inflación en las metrópolis imperialistas. Pero al mismo tiempo, existe el temor fundado en los círculos de poder políticos y económicos que un aumento de la tasa de interés pueda terminar de acelerar una recesión que ya asoma la cabeza con el desinfle de la actividad económica que ya se constata con más razón con el estallido de la guerra y los efectos de la pandemia que está lejos de cerrarse. No se nos pueden escapar las llamadas “empresas zombis” que con sus ganancias no consiguen pagar los intereses de sus deudas y que se mantienen refinanciándolas con fondos casi gratuitos del Estado. Un aumento de las tasas de interés las llevaría directamente a la quiebra.

Agreguemos, por otra parte, que el solo hecho de que se hayan dispuesto subas de la tasa de interés y se anuncien nuevos aumentos ya ha sido suficiente para provocar grandes turbulencias financieras. Recientes sucesivas caídas de las Bolsas han “evaporado” capitales por billones de dólares. Esto habla de la extrema volatilidad de la economía internacional.

Ni que hablar de los efectos que plantea sobre los países emergentes. El aumento ya dispuesto de las tasas de interés más los que están analizando los bancos centrales de las potencias imperialistas están teniendo una repercusión directa en el aumento que se viene de los montos a pagar por parte de los países atrasados por sus “deudas externas” y por la fuga de capitales hacia la metrópoli que alienta; lo que desestabiliza más profundamente estas economías, las colocan en muchos casos al borde del default y las obligan a llevar adelante políticas ajustadoras contra las condiciones de vida de sus pueblos (tarifazos, reformas laborales, etc.). Estos “ajustes” impulsados por el FMI están en la base del estallido de las rebeliones populares en América Latina y el mundo.

Lo paradójico es que probablemente estas subas de las tasas de interés tengan todos estos efectos funestos, pero sin que logre detener la inflación. Aun con los ajustes de la tasa de interés escalonado que prevé la FED para todo el año  las tasas seguirán siendo negativas (muy por debajo del incremento que se espera de los precios). Por otro lado, la eficacia de las restricciones monetarias tropieza con la inmensidad del capital ficticio que circula. De modo tal que el escenario más probable es una mezcla de recesión con inflación.

Este panorama plantea un cuadro de situación violento y convulsivo. Los partidarios del estancamiento secular -que también tienen sus adeptos en las filas marxistas- sostienen, en lugar de un derrumbe, un declive más sereno que iría digiriendo los capitales sobrantes. Pero es imposible que se pueda esquivar la crisis cuando ha llegado a este extremo sin provocar la destrucción de una parte del capital instalado a través de los medios que le son propios: colapsos, defaults, quiebras y bancarrotas. Lo cual es el caldo de cultivo para grandes conmociones políticas nacionales e internacionales y guerras, como la que estamos enfrentando en Ucrania y para levantamientos populares

Quién paga la crisis

Al echar la culpa de la inflación sobre la “demanda”, es decir sobre los gastos “extras” de los ahorros de la clase media y los trabajadores, los capitalistas pretenden morigerar la recuperación salarial que debiera venir de la mano de una reactivación, aunque esta sea limitada. Ya han salido todas las entidades financieras y sus voceros economistas a reclamar prudencia en los reclamos salariales para no alimentar la inflación. Esta “ideología” económica ha penetrado en sectores de las burocracias sindicales que afirman ser partidarios de “acuerdos de precios y salarios” y de concertaciones con las patronales y, como máximo, de controles estatales sobre el aumento injustificado de los precios. Afirman que grandes aumentos salariales finalmente se trasladan a los precios y van creando una espiral inflacionaria. Debemos rechazar estas falacias por propatronales. Los salarios no son responsables del aumento de los precios. El aumento de salarios afecta la ganancia del capitalista, no el precio de las mercancías. Es el capitalista el que aumenta el precio para resarcirse de los salarios que ha debido pagar.

Frente a la inflación y la carestía, los trabajadores deben reclamar no solo aumentos salariales, sino también la indexación automática de los salarios acorde con el costo de vida: la escala móvil de salarios, como plantea el Programa de Transición de la IV Internacional.

La guerra agudiza la descarga de la crisis por parte de los capitalistas sobre las espaldas de los trabajadores. La inflación está creando un cuadro social cada vez más explosivo. Los aumentos de combustible y alimentos incentivaran drásticamente –en las metrópolis imperialistas se trata de una novedad la inflación (acostumbrados a estabilidad o deflación de precios durante un largo período)- las huelgas por aumento salarial. En los Estados Unidos está en curso -hace 2 semanas- una huelga de los docentes de Minneapolis por aumento salarial (también por reclamos de defensa de la educación pública, etc.) con gran apoyo de padres de estudiantes y de la población. Es parte de la ola de huelgas que se viene registrando en Volvo, John Deere, Dana, Kellogs, enfermeros, etc. Muchas de estas luchas se realizan por fuera del aparato de los sindicatos que por años de inacción, impuestos por las burocracias, han caído fuertemente en el número de afiliados. Hay una reacción frente a los bajos salarios y a las condiciones de precarización laboral, especialmente de la juventud. Se ha planteado la particularidad de lo que se ha dado en llamar “la gran huelga” que es el abandono completo del trabajo de centenares de miles, porque no aguantan cobrar salarios tan bajos y condiciones laborales negreras. Por un lado, indica la debilidad de la organización obrera que no ha salido a luchar contra esta reducción salarial. Pero preocupa al gobierno y a las patronales, porque es un indicador del fuerte malestar social en la base más explotada de los trabajadores, que puede transformarse en un volcán de luchas. En consonancia con este ascenso de la lucha obrera se destaca la importante ola de sindicalización en los EE.UU. The Washington Post señala que “muchos líderes del movimiento tienen poco más de 20 años; se inclinan por el apodo de ‘Generación U’, por Union [sindicato]. La aprobación de la existencia de sindicatos es la más alta desde 1965, con un índice de popularidad del 68 %, que aumenta al 77 % entre los estadounidenses de 18 a 34 años, según una encuesta reciente de Gallup”. En este marco, el propio gobierno busca alentar la constitución de cierto movimiento sindical para tomar la iniciativa de contar con burocracias capaces de contener una radicalización de la lucha juvenil y obrera (Walmart, etc.).

En Europa las huelgas aún son moleculares, pero la carestía ha creado una gran agitación popular que preanuncian luchas con fuerte radicalización. También en Gran Bretaña hay un abandono del trabajo de obreros que no quieren trabajar por miserias salariales (chóferes, etc.). La gran huelga general de 10 días de los siderúrgicos de Cádiz fue acompañada activamente por piquetes y la participación popular, enfrentándose a las fuerzas represivas. En Italia la lucha de la GKL de Florencia, una fábrica metalúrgica mediana (500 obreros), que se desarrolló desde fines del 2021 ha ganado gran eco porque ha apelado a métodos clasistas combativos (ocupación de la fábrica frente al cierre, asambleas permanentes, etc.). Y ha galvanizado a la vanguardia obrera y sindical (plenarios, actos, marchas) que se movilizó para apoyar esta lucha -contra el cierre de esta autoparte para deslocalizarla en algún sitio de la UE con menores salarios y conquistas- y coordinar a las corrientes combativas.

La carestía llevará a un reanimamiento de la lucha de clases que empujará por colocar a los trabajadores en el centro de la situación política. El visceral repudio contra las burocracias sindicales, subjetiva y objetivamente propatronales, se ha desarrollado masivamente en las bases obreras. Es probable que muchas próximas oleadas de luchas se basen en la constitución de comités fabriles independientes. Pero no podemos decretar la muerte del sindicalismo, sino plantear la expulsión de las burocracias de los sindicatos y recuperar los mismos, como arma de organización y lucha independiente de los trabajadores; sin dejarse maniatar por el corsé burocrático, por un fetichismo de la forma sindical. Es necesario estar abiertos a todas las iniciativas de lucha y organización independiente que vayan creando los trabajadores en sus necesidades combativas. El planteo de congresos obreros y sindicales con representantes electos por las bases es necesario como orientación de búsqueda de reagrupamiento de los trabajadores para superar las parálisis de las burocracias sindicales. Va acompañado por el reclamo a las direcciones que convoquen a asambleas y plenarios de delegados para romper con el colaboracionismo de clases, para que los trabajadores se puedan pronunciar y votar sobre la política y los planes de lucha a seguir.

Una de las dificultades que encuentra el movimiento obrero para romper con la parálisis de sus sindicatos es que gran parte de estos han estado históricamente ligados a partidos socialdemócratas, estalinistas o nacionalistas burgueses integrados a la defensa del Estado burgués con políticas de colaboración de clases. La acentuación de la crisis vuelve más conservadoras y represivas a estas burocracias sindicales. En Gran Bretaña el Partido Laborista, que históricamente se formó sobre la base de los sindicatos, viene de expulsar a miles de activistas y pegar un giro más directo hacia la centroderecha.

La CUT brasileña no ha dirigido una huelga general desde hace años y ha venido dejando al garete las que fueron emergiendo (Correos, petroleros, etc.). Ha dejado pasar las reformas laboral y previsional reaccionarias. Está sometida al PT, concentrando su energía en obtener el voto para las elecciones presidenciales de octubre contra Bolsonaro a favor de Lula. Plantear la lucha por la independencia política de la clase obrera y de sus organizaciones es estratégico.

La crisis ha venido impulsando el ascenso de partidos derechistas, algunos de ellos fascistoides, especialmente en Europa, pero también en la India y otros países. En Europa muchas de estas formaciones fascistoides declararon ser partidarias de romper con la UE y declarar la “autonomía” nacional. Esto ha limitado un apoyo abierto de sectores del gran capital que ven a la UE y su Banco Central como el FMI de Europa, como quien puede votar paquetes de rescate para los grupos capitalistas en crisis que, lógicamente, después deberán pagar los pueblos. España e Italia son de los más dependientes de estos paquetes de rescate. España ha recibido un gran giro de euros que está condicionado -por la entrega en cuotas- a que lleve adelante hasta el final la reforma laboral y jubilatoria y otras medidas de ajuste, a las que el gobierno del PSOE, apretado por su base popular-sindical, venía demorando en una aplicación integral. Periódicamente el BCE –igual que el FMI en Argentina- irá evaluando la marcha del ajuste.

El surgimiento y desarrollo de estos partidos derechistas y/o fascistoides son parte de la crisis y descomposición capitalista y producto directo del desgaste histórico de las formaciones políticas tradicionales. Pero estos también después de un primer rápido auge han comenzado a ser erosionados porque sus declaraciones amenazantes “contra el sistema” no se podían concretar. Le Pen, en Francia, abandonó su planteo de romper con la UE y reemplazar el Euro por una moneda nacional.

Tienen igualmente un peso en sectores de clase media y hasta de la clase obrera atraída por un planteo verborrágico de acción e impugnación del Estado liberal. En Francia la formación derechista tradicional dirigida por Le Pen se vio en competencia con el surgimiento de la candidatura “ultraderechista” de Zemmour. En el campo de la derecha se impuso –para la segunda vuelta electoral- Le Pen con sus planteos moderados y su coqueteo demagógico con reclamos de las masas trabajadoras contra el gobierno de Macron. En España también el avance de la derecha está ralentizado. La división existente (Partido Popular, Vox, etc.) ha permitido que gane la elección un frente del PSOE con Unidas Podemos (integrada por Izquierda Unida-PC, Podemos).

En Italia se rompió el frente derechista. El populista 5 Estrellas se abrió y se integró a un gobierno de centroizquierda. La ultraderecha que amenazaba con ser mayoría está dividida: Salvini de la Liga integra el gobierno de “unión nacional” con el primer ministro Mario Draghi, un “técnico” apartidario, sugerido directamente por el BCE del cual fue presidente largos años. En cambio “Los Fratelli de Italia” no quisieron integrarse y han quedado fuera en minoría.

También la ultraderecha de Alemania, AFD, retrocedió en las últimas elecciones.

La integración o no de la UE es el problema que ha frenado el crecimiento de la ultraderecha. El gran capital de cada país es mayoritariamente “europeísta” y se opone, por ahora, a cualquier aventura “nacionalista” que lleve a la ruptura con la UE. Lo cual deja pedaleando en el aire a la ultraderecha, que solo puede levantar sus posiciones racistas, antiobreras y represivas.

La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit, enero 2020)–en búsqueda de una alianza “privilegiada” con los EE.UU. de Trump- ha agravado el retroceso económico-social. En recientes elecciones, el Partido Conservador en el gobierno ha sufrido un fuerte golpe, perdiendo 300 municipios que dirigía. Y en Irlanda del Norte, triunfó en elecciones parlamentarias, por primera vez, el Sinn Fein, el partido que representa al IRA, la organización armada que se enfrentaba al gobierno británico luchando por la unidad independiente de Irlanda. Tanto en Irlanda, como en Escocia, hay fuertes movimientos para abandonar el Brexit y volver la UE.

Este empantanamiento-fracaso –que trata de ser revertido por un mayor protagonismo en la guerra de la Otan contra Rusia- es el que ha, también, desinflado el progreso de las derechas “autonómicas”.

En América Latina también la derecha ha sido batida en las calles y electoralmente. El golpe de Áñez en Bolivia fue derrotado por la huelga general primero y por las elecciones después.

El intento de Keiko Fujimori -la ultraderechista hija del dictador Fujimori (en la cárcel)- de ganar las elecciones presidenciales fue derrotado por la aparición sorpresiva de la candidatura populista de Pedro Castillo que fue tomada como un canal de oposición popular al ascenso del agrupamiento fascistoide.

En Chile, Piñera fue batido con el poderoso levantamiento del 18 de octubre del 2019 primero y luego el intento de reagrupamiento de la derecha detrás del pinochetista Kast fue derrotado por la candidatura de Boric del Frente Amplio.

Ahora en Brasil, las encuestas indican que Bolsonaro no sería reelecto en las elecciones de octubre, ganando las mismas Lula, del centroizquierdista PT.

También los pronósticos indican que el combativo levantamiento popular en Colombia, si bien fue contenido, fuerte represión mediante, no fue aplastado. Las recientes elecciones internas para elegir los candidatos para las presidenciales de fines de mayo dieron un holgadísimo triunfo al candidato de la “izquierda” contra la suma de los candidatos de la derecha y del centro. Un anticipo de las elecciones presidenciales con el triunfo que se vaticina de Gustavo Petro, probablemente en la primera vuelta.

Tomada de conjunto, la situación internacional ha evidenciado los límites de un auge de la ultraderecha. El gran capital, en la actualidad, no privilegia esa variante pero esa circunstancia no nos debe hacer perder de vista la novedad que representa –y prestarle la atención política que merecen- el surgimiento y desarrollo de nuevos sectores de derecha (Milei en Argentina, Kast en Chile, Zemmour en Francia, etc.) que realizan una crítica “antisistema” verborrágica (contra la casta política, etc.) con posiciones ultraliberales y fascistizantes que se plantan como alternativa superadora al fracaso y descrédito del sistema político y de los partidos tradicionales

Es necesario tener presente que la burguesía se vale de todos los métodos de contención, no solo de la acción frenadora y dislocadora de las burocracias sindicales. Se plantea una fuerte lucha política-ideológica contra los instrumentos del Estado burgués y la acción de propaganda y agitación que impulsan la burguesía y sus partidos, que se potencia a través de su dominio de los medios de difusión (prensa, redes, etc.).

En este contexto, las iglesias –con gran dinamismo de las evangélicas- están jugando un papel importante en el disciplinamiento de sectores de masas en América Latina. Están a la vanguardia de la lucha contra el derecho del aborto y todo cambio progresista (derechos de LGBTI, etc.) y se postulan sistemáticamente como factor de de domesticación ideológica de los pueblos y de desvió y bloqueo en la radicalización que se registra en los movimientos de lucha que se vienen abriendo paso. Y pasan a constituirse en soportes de diferentes tentativas políticas a izquierda o derecha que se abren paso en un marco de deterioro muy agudo de los regímenes políticos tradicionales.

La caldera latinoamericana

¿Se viene una nueva “ola rosa” en Latinoamérica, con preeminencia en los gobiernos del nacionalismo burgués y el frentepopulismo de conciliación de clases?

Ante la oleada de levantamientos populares que se vino desarrollando (Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, etc.), el imperialismo yanqui ha aceptado en América Latina la convivencia y asociación con los gobiernos nacionalistas burgueses. Ya lo había hecho con AMLO en México en el 2018, que fue aceptado porque aparecía como una válvula de escape frente a la descomposición-corrupción de los partidos derechistas y para contener las crecientes movilizaciones populares contra la corrupción y los crímenes de los gobiernos derechistas. AMLO se comprometió a mantener a México integrado a la Zona de Libre Comercio donde hacen sus superganancias los monopolios maquiladores de EE.UU. Jugó eficientemente el papel de gendarme reprimiendo el acceso de los inmigrantes centroamericanos a la frontera yanqui. La lucha contra la corrupción y los crímenes contra el pueblo (la masacre de Ayotzinapa, etc.) no ha avanzado. AMLO usa una demagogia democratizante para tratar de mantener una imagen progresista. Hizo votar un referéndum para poder enjuiciar a los expresidentes derechistas, proceso que será más político que penal. Algo típico de las maniobras centroizquierdistas: Alfonsín fue más lejos con la Conadep y viabilizó un enjuiciamiento a responsables de la represión dictatorial que llevó a varios de ellos a la cárcel. AMLO realiza un fuerte trabajo de cooptación de dirigentes sindicales, sociales e incluso de sectores de la izquierda. Propuestas de “soberanía energética” fueron bloqueadas parlamentariamente –como era previsto- por la derecha. AMLO no habilitó transformaciones antiimperialistas, evitando la movilización popular (diferencia sustancial con el nacionalismo de Lázaro Cárdenas en la década del 30 del siglo pasado, que expropió las petroleras imperialistas).

El gobierno yanqui levantó el pulgar, para que el ignoto Pedro Castillo, presentado como candidato por Perú Libre (pequeño partido centroizquierdista que se reclamaba marxista), pudiera asumir la presidencia que ganó por escaso margen en una elección polarizada contra la candidatura de un frente de todo el derechismo peruano. Pero subió terriblemente condicionado: se le puso al frente del Banco Central y como ministro de Economía a reconocidos representantes del liberalismo financiero. Castillo respetó y fortaleció toda la estructura represiva de las FF.AA. y policiales. No tomó ninguna medida que lesionara los intereses de los poderosos pulpos mineros. Actúo en forma pusilánime: rompió con la Mesa de Lima formada por iniciativa de Trump con los gobiernos derechistas de Latinoamérica contra Venezuela, para inmediatamente ante la crítica de la derecha hacer renunciar al ministro de Relaciones Exteriores y colocarse nuevamente en una posición proimperialista.

La posibilidad del ascenso de Lula a la presidencia de Brasil no está mal vista por el imperialismo. Lula viene de hacer una gira por las metrópolis europeas donde fue recibido como un estadista y próximo presidente. Su oposición a Bolsonaro ha sido de tibia discursiva, mientras el PT y la CUT han bloqueado cualquier movilización de carácter obrero y/o popular. Ha elegido –como señal al imperialismo y al gran capital- de candidato a vicepresidente a Gerardo Alckmin, reconocido político derechista, que viabilizo el golpe que destituyó a la presidenta del PT, Dilma Rousseff. Ha anunciado que reformas antiobreras, como la laboral, no serán derogadas, sino revisadas y “actualizadas” tomando como ejemplo la del PSOE en España que dejó en pie lo central de esta legislación antiobrera.

Gustavo Petro, el candidato presidencial centroizquierdista en Colombia, concilió y desmovilizó a las masas en la calle que estaban protagonizando enfrentamientos históricos contra el gobierno del derechista Duque. Su plataforma es un rosario de “intenciones” sin que se comprometa a ningún cambio radical.

Boric junto con Lula son quizás dos exponentes emblemáticos de esta política contemporizadora. Pactó con el derechista presidente Piñera un plan-cronograma para bloquear la lucha por su derrocamiento; y desmovilizar los enfrentamientos masivos -que la represión no lograba hacer retroceder- a través de un prolongado proceso de sucesivas elecciones. Ha declarado que no liberará a todos los presos políticos, gran parte de ellos detenidos en las multitudinarias jornadas de lucha del 2019/21 y/o de la resistencia del pueblo mapuche a la expropiación por la fuerza de sus tierras para ser tomadas por oligarquías explotadoras de los bienes naturales (madera, etc.) del sur chileno. Ha reforzado a las fuerzas represivas que continúan con sus acciones salvajes contra los sectores populares que salen a la lucha por sus reivindicaciones. En una situación difícil, dado que aún está vigente la posibilidad de grandes movilizaciones populares, está tratando de pilotear el desarme de las reivindicaciones populares (anulación de la jubilación privada, universidad estatal gratuita, etc.). Y la Asamblea Constituyente en manos de un gobierno burgués (primero el de Piñera, ahora el de Boric) se ha evidenciado como un ámbito gatopardista que deja en pie todo lo esencial del sistema de dominación capitalista.

En Bolivia, el nuevo gobierno de Arce, que subió luego de la derrota del golpe derechista, no ha tomado ninguna iniciativa superadora, de carácter antiimperialista, manteniéndose dentro de los límites que agotaron al régimen de Evo Morales.

Esta nueva “ola rosa” está llevando al poder al nacionalismo burgués y el frentepopulismo de conciliación de clases, en sus términos históricos más conservadores. Ellos no han estado al frente de las sublevaciones populares, han trabajado para desmovilizarlas (Boric, Lula, Petro). Se han enancado en las lucha de sus pueblos con programas de contención, con pequeñas y cosméticas reformas. Todos ellos van a llevar a la práctica los planes de ajuste que negociarán con el FMI, en primer lugar, garantizar el pago de la deuda externa.

El gobierno peronista de Alberto Fernández y Cristina Kirchner es el que está ejecutando el ajuste contra las condiciones de vida de las masas que el derechista Macri no pudo terminar de imponer. Y es el que viene de firmar un pacto con el FMI (con el apoyo de toda la burguesía y sus partidos) para imponer un ajuste mayor, transformando al gobierno argentino en un títere del capital financiero internacional.

Pero Latinoamérica es un polvorín social. La crisis ha llevado a un estancamiento económico y a una reprimarización de su economía exportadora de materias primas. La industrialización ha retrocedido, mientras crecen las inversiones en la minería extractivista. Esto viene acompañado por un crecimiento de la pobreza estructural y de la polarización social.

El problema fundamental que se presenta para los trabajadores del continente y para sus vanguardias de lucha y políticas es constituirse en alternativas de izquierda independientes y revolucionarias a estos gobiernos que se postran frente al imperialismo. El peligro político no viene, en lo inmediato, directamente de la derecha, sino de las políticas de contención llevadas adelante por los gobiernos centroizquierdistas y nacionalistas burgueses que explotan las ilusiones que las masas depositan en ellos y de las que se aprovechan para ir ejecutando un ajuste en toda la línea. Se plantea desarrollar una fuerte delimitación y crítica de estas formaciones “rosas” y defender con un programa clasista y la independencia política de la clase obrera respecto a los partidos y gobiernos burgueses. Se trata de recuperar los sindicatos y centrales obreras como instrumento de lucha independiente de los trabajadores, expulsando a las burocracias sindicales. Y de la formación de partidos obreros, socialistas, internacionalistas, de acción militante. No se nos debe escapar que el fracaso del nacionalismo burgués conservador y la centroizquierda frentepopulista, incapaces de enfrentar la crisis capitalista que se descarga sobre los pueblos latinoamericanos, amenaza ante la falta de alternativas obreras y revolucionarias con traer de vuelta al poder a los derechistas y fascistoides. Es lo que amenaza a Pedro Castillo en Perú, a menos de un año de su asunción, con un parlamento dominado por la derecha que constantemente obliga a renunciar y cambiar ministros y pide la “vacancia” del presidente.

La experiencia de Argentina es el espejo para la evolución de estos gobiernos de contención de clases. El gobierno peronista-kirchnerista ejecuta –con dificultades- las reformas reaccionarias que el macrismo no pudo, ni podía llevar adelante. El kirchnerismo perdió las elecciones de medio término y ganó la derecha macrista (con fuerte disminución de votos de ambos). Pero hay también una oposición de izquierda, con un planteamiento de independencia obrera, y salió como tercera fuerza electoral. Bien que, siguiendo el panorama internacional y latinoamericano, ha surgido, también, una derecha ultraliberal de discurso fascistoide (Milei).

Los partidos políticos históricos de las burguesías se hunden o retroceden, emergiendo nuevas alternativas (de derecha y de “izquierda”) que incluso se presentan como antisistema.

La agudización de la crisis capitalista empujará una nueva ola de movilizaciones a nivel continental contra los ajustes fondomonetaristas. Esta tendrá más inconvenientes para estructurarse porque ahora deberá enfrentar los ajustes no de los gobiernos derechistas, sino de aquellos que se reclaman nacionales, populares, progresistas y/o antiimperialistas.

Las tendencias a la insurgencia popular surgen de agudización de la crisis capitalista. A este proceso se suma Cuba, donde el 11J se produjo también una irrupción de protesta frente a las medidas antipopulares que tomo el gobierno de Diaz-Canel, primera manifestación con presencia dominante de sectores populares combativos, que tuvo gran repercusión en la Isla y el continente. El gobierno respondió con una fuerte represión. Ahora ha juzgado declarando “culpables” a una veintena de manifestantes de aquella movilización. Se ha abierto un fuerte debate sobre los pasos a seguir para poner en pie una oposición de izquierda, que se reclama trotskista. Cuba se suma a la lucha por la revolución social contra la burocracia prorrestauracionista.

La reacción en toda la línea

La guerra está potenciando todos los aspectos reaccionarios del capitalismo imperialista.

El boicot a la exportación de gas y petróleo rusos en Europa ha vuelto a reactivar la explotación del carbón (el insumo energético más nocivo del medioambiente) y, de un modo general, de todas las fuentes de energía contaminante, entre otras, el fracking, y también la proliferación de proyectos de la peligrosa energía nuclear.

Esto termina de asestarles un golpe letal a todos los “planes” en defensa del medioambiente. No olvidemos que las “cumbres” de gobernantes por el clima han fracasado. No se han cumplido, incluso, sus débiles y verborrágicas resoluciones. Los presupuestos comprometidos por los países desarrollados para encarar la lucha contra el cambio ambiental en las naciones atrasadas no se han cumplido. Y la masacre ambiental sigue acelerándose. Se ha constatado que continúa el acrecentamiento de la temperatura planetaria, con su secuela de desastres climáticos (inundaciones, sequías, etc.). Los hielos del Ártico y la Antártida se están derritiendo. Pero el capitalismo en lugar de enfrentar este atentado al ambiente, piensa en cómo desarrollar nuevos procesos de inversión y rentabilidad para sus capitales (rutas de navegación que unan Europa y Asia por el Ártico deshelado, explotación de petróleo y minerales en esa zona, etc.).

El movimiento de lucha ambientalista está atravesando por una crisis. Las grandes movilizaciones internacionales contra la depredación ambiental en lugar de incrementarse contra la guerra y sus consecuencias en el ambiente, han refluido. Los gobiernos burgueses han ido cooptando a parte de las direcciones de los movimientos ambientales que de un modo general se han plegado al campo de la Otan.

Esto se suma a la integración de los “partidos verdes” a los frentes populares centroizquierdistas de defensa del orden social capitalista. En el país galo, los “verdes” se acaba de integrar al frente popular con Mélenchon, el nacionalista de Francia Insumisa.

No se trata de levantar un “ecosocialismo” vulgar (cierre de todas las ramas productivas que contaminen el ambiente). Sino de buscar una alianza con la clase obrera para imponer un programa de transición bajo control de los trabajadores. La lucha contra la explotación del trabajador y la agresión capitalista al ambiente está unida. Hoy en día, la izquierda anticapitalista debe plantearse este terreno de batalla que se podrá ir imponiendo al compás de la evolución de la lucha contra la crisis capitalista. Sumando, especialmente, a la juventud a un frente de lucha contra la barbarie capitalista.

Situación similar se produce en el movimiento de lucha de las mujeres. La ilusión de que bajo el capitalismo irá progresando la situación de las mujeres y de los LGBTI es una expectativa infundada. Hoy en día vemos cómo el derecho al aborto es cuestionado en los EE.UU., que lo había conquistado hace décadas. Y como los derechos del colectivo LGBTI son rechazados en países europeos. No hay derechos “permanentes” dentro de la sociedad capitalista en crisis. La situación de la mujer trabajadora ha empeorado. Es el sector más explotado de la clase trabajadora. La crisis en desarrollo incrementa exponencialmente su superexplotación. Es necesario retomar el objetivo de poner en pie al movimiento de la mujer trabajadora, que adopte como objetivo estratégico, en su lucha contra la explotación y la persecución patriarcal-capitalista contra sus derechos democráticos, uniendo la organización independiente a la lucha por gobiernos de trabajadores y el socialismo.

Las persecuciones y discriminaciones raciales en Europa, a su turno, no son cosa del pasado nazi-fascista. Lo evidencia la persecución a los trabajadores y jóvenes musulmanes, que son el sector más explotado de la clase trabajadora, usado para los trabajos más duros y peores pagos. Sin ellos, en Francia, Alemania, etc., la clase capitalista no tendría los suficientes asalariados para mantener activa su producción. La organización de su rebeldía será un terreno de grandes luchas en la que los revolucionarios debemos intervenir en primera línea. Trump fue volteado electoralmente, porque primero fue azotado por las grandes movilizaciones de masas norteamericanas contra la represión policial y la superexplotación de la “minoría” negra. Este no es solo un problema vigente en los países desarrollados. También se reproduce en los semicoloniales: en el Brasil donde la población negra es mayoritaria (49,6%) y es el sector más perseguido por la represión del “orden” policial; en Perú donde se descarga sobre las comunidades campesinas indígenas la polución creada por la explotación descontrolada de las mineras; en el Chile contra los mapuches; etc. Ni hablar en Palestina, donde los sionistas tienen encerrados en guetos y superexplotan (y reprimen salvajemente) al pueblo, con el apoyo activo del imperialismo yanqui y mundial.

Los socialistas revolucionarios deben intervenir en todos estos terrenos de lucha contra la barbarie capitalista, que ha pegado un nuevo salto con la guerra de Ucrania, condición sine qua non para ganar su ascendiente en la masa trabajadora con un programa socialista.

Los desafíos de la izquierda

Se ha convertido casi en una muletilla de los partidos de izquierda afirmar que grandes levantamientos populares no devinieron en el triunfo de una revolución socialista por la inexistencia de un partido revolucionario que hubiera ganado influencia de masas. Se trata de una verdad de Perogrullo, de una “verdad empírica”. Pero no avanza en explicar por qué no lo hay. No orienta a su superación.

Lo que prevalece mayoritariamente en la izquierda es una tendencia democratizante, que expresa un acomodamiento al orden social vigente. Aunque se reivindique –a veces- formalmente de la lucha estratégica por un gobierno de trabajadores, la orientación y la práctica política cotidiana tienen como eje un progreso a la sombra del Estado capitalista. Por supuesto, el espectro de organizaciones es muy amplio y variado, pero, de un modo general un denominador común es el electoralismo y parlamentarismo.

Un caso emblemático por cierto es el del PSOL brasilero. Se trata de un partido de tendencias, que funciona meramente como un sello electoral, ajeno a la acción directa y organización de la clase obrera, que congrega a una gran parte de la izquierda. Incluida aquella que se dice crítica de la orientación de esta formación política que nació como una ruptura con el PT pero que transitó un largo recorrido de evolución hacia la derecha.

El PSOL llama directamente a votar por Lula en las próximas elecciones (y su dirección se prepara hasta para participar en un eventual gobierno de este). Sectores de la izquierda en el seno del PSOL han conformado una coordinación contra esta política de la dirección. Levantaban el planteo de un candidato propio del PSOL (Glauber Braga), quien rápidamente ha acatado la orientación de la dirección del PSOL y cambió su precandidatura presidencial por otra para diputado. El rumbo del PSOL ha sido sancionado por su reciente reunión ejecutiva: frente de unificación con la RED (un partido burgués que apoyó activamente el golpe contra el gobierno de Dilma Rousseff), votar a Lula en la primera vuelta electoral y apoyar la fórmula de este con Gerardo Alckmin como vicepresidente (líder derechista opositor y golpista del anterior gobierno del PT). Eso ya ha sido sancionado, lo saben todos los de izquierda, pero, de todos modos, no sacan los pies del plato. Se mantienen en el PSOL, negociando candidaturas. Esta conducta se viene prolongando en el tiempo, convirtiéndose en una vía de adaptación política, que se disfraza con un planteo crítico, y que ya lleva 18 años. Lo que explica la permanencia en el PSOL es la especulación y el cálculo por rasguñar algunos cargos en el reparto (gran parte de su preocupación gira en torno a las candidaturas a diputados y concejales). En Perú también, IS-UIT militó largo período dentro del Frente Amplio centroizquierdista de corte derechista.

Esta confrontación “internacional” con la izquierda democratizante se refleja directamente también en la Argentina. En el reciente acto unitario del FIT-U del 1° de mayo, el MST planteó, abiertamente, la disolución del frente en un “partido único de tendencias”, abierto a “nuevas realidades” (personalidades, etc.).

El electoralismo atraviesa al propio FIT en Argentina. La lucha que de entrada planteó el Partido Obrero apuntó a extender la acción del FIT no solo al campo electoral, sino a todos los terrenos de la lucha de clases. La reciente iniciativa de convocar a todas las fuerzas a una acción común para enfrentar el pacto del gobierno con el FMI rompió con la parálisis entre elección y elección que lo dominó –con nuestra oposición- desde su fundación. Pero el viraje es parcial y subsisten divergencias de fondo. La propuesta del Partido Obrero de convocar a un Congreso el FIT-U recibió una negativa de las otras tres corrientes. Lo que está en discusión es si el FIT-U se catapulta como un canal, que apunte a la irrupción política y una intervención protagónica de la clase obrera en la crisis nacional -y que involucre y organice en esa lucha a los trabajadores- o quedar confinado como una coalición electoral. El PTS se caracteriza por su hostilidad al movimiento piquetero, que ellos no construyen. Esto representa una divergencia muy seria pues no es posible proyectar al FIT-U como un polo alternativo si se da la espalda al movimiento de lucha más pujante y dinámico del país.

El MST, a su turno, es el que ha ido más lejos en una orientación democratizante. Los planteos expuestos por el MST fueron claramente de disolución del FIT a favor de un frente de colaboración e clases con el centroizquierdismo. Es una nueva vuelta de tuerca a la construcción de una “izquierda amplia”, de la cual nunca se desdijo y que opone al supuesto sectarismo que adjudica a las otras fuerzas que integran el FIT-U.

Estamos en presencia de un debate clave y de una relevancia extraordinaria si tenemos presente que las salidas institucionales y electorales se han convertido en el recurso que más viene usando la burguesía para desviar, desactivar y encausar los estallidos sociales y levantamientos populares. La izquierda revolucionaria tiene el enorme desafío de contribuir a neutralizar y hacer naufragar estas maniobras, defender la continuidad de la lucha y movilización popular en curso para llevarlas la victoria.

El estallido de la guerra en Ucrania ha sacado a relucir divergencias estratégicas en el seno de la izquierda que se reclama revolucionaria a escala internacional. Es claro que la posición ante la guerra ha sido siempre una piedra de toque para las organizaciones del movimiento obrero y socialista en el terreno internacional. La actual guerra en Ucrania replantea el debate sobre cuál debe ser el campo y la acción política revolucionaria de los trabajadores.

Un amplio sector de la izquierda ha colocado todo el peso de su denuncia en la condena de la invasión rusa. En tal orientación se ha hecho público un “Llamamiento” firmado conjuntamente por corrientes internacionales que se reclaman cuarta internacionalistas –la UIT que integra IS de Argentina y la LIT en cuyas filas está el PSTU de Brasil- y la Corriente Comunista Revolucionaria Internacional (CCRI) que lucha por una quinta internacional y en Argentina integra Convergencia Socialista. Se colocan en el campo de la “resistencia” a la invasión rusa, en un frente objetivo común con el gobierno de Zelensky y de la Otan. Critican al imperialismo por no desarrollar una acción punitiva mayor. Propugna “¡por la ruptura de relaciones diplomáticas con Rusia de todos los gobiernos”. Esto es una incitación a que todos los países de mundo –imperialistas y semicoloniales- se sumen a la guerra de la Otan contra Rusia. Confluye así con el planteo de la oposición macrista en la Argentina: “Por la invasión, la oposición quiere que el gobierno corte lazos con Rusia” (Clarín, 15/3).

Las organizaciones que firman este llamamiento no se oponen, por supuesto, al envío de armas por parte de la Otan al gobierno y al ejército de Zelenski, sino que las reclaman a viva voz.

Estas posturas de la izquierda están en la misma longitud de onda que las movilizaciones que se están desarrollando en Europa, que apoyan la embestida militar de la Otan contra Rusia y reclaman incluso más medidas punitivas. Esto es toda una involución de la izquierda europea que históricamente se ha movilizado contra las bases militares de la Otan en sus territorios (España, Alemania, etc.). Ahora ese reclamo ha sido reemplazado por la presión sobre la Otan para que incremente su intervención en la guerra. La izquierda renuncia a uno de los principios centrales del marxismo revolucionario frente a las guerras imperialistas, que es colocar al enemigo de los trabajadores dentro de las clases dominantes de su propio país.

Esta posición del “Llamamiento” es mayoritaria en la izquierda internacional. Esta acompañada –con variantes- por el mandelista llamado Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional, por la LIS (que integra el MST argentino), por la corriente Socialismo o Barbarie (que integra el MAS argentino), por el NPA de Francia, el PSOL de Brasil, etc.

Hay una tendencia que se repite en gran parte de estas corrientes. Hacen causa común con las ofensivas derechistas e imperialistas contra regímenes que el imperialismo quiere derribar para instaurar más abiertamente su dominio colonial. Es lo que sucedió en Venezuela, Siria, incluso en Ucrania con el golpe derechista del Maidán en el 2014 y se insinuó en Bolivia con el apoyo inicial que tuvieron ante el golpe de Áñez o en Brasil donde revistaron en el proceso que se planteo el golpe que derribó a Dilma Rousseff y abrió la ruta para la asunción de Bolsonaro. Toman algún elemento aislado como es la lucha contra la represión o la corrupción y lo transforman en absoluto, al margen del proceso real de la lucha de clases, de cómo se agrupan las clases en esa lucha. El imperialismo ha hecho una gran escuela en usar la lucha por la democracia, contra el autoritarismo, contra el terrorismo, contra las armas químicas, etc., como justificativo para emprender sus aventuras militaristas reaccionarias.

Una minoría de la izquierda internacional (el Centro Rakovsky que integran el EEK de Grecia, el DIP de Turquía, organizaciones rusas, etc.) se coloca en la vereda opuesta. O sea, en el campo de Rusia, apoyando la invasión de Putin a Ucrania, porque –aducen- estaría enfrentando a la coalición de la Otan. Directa o indirectamente asemejan la invasión de Putin, con una cruzada antiimperialista. Tanto los otanistas, como los putinistas de la izquierda, se conforman-justifican con colocar en algunos textos una crítica genérica a la Otan o al putinismo. Pero se embanderan directamente con alguno de los dos campos reaccionarios.

La caracterización de una guerra imperialista tiene implicancias prácticas y políticas muy claras, que se diferencian de las tareas que plantea una guerra de liberación nacional. Una guerra de liberación nacional es una guerra justa, y es necesario apoyar, sin vacilaciones, al país oprimido. Pero en una guerra actual, el enemigo fundamental de cada pueblo está en su propio país. En este caso, la liberación nacional de Ucrania es una tarea que requiere no solamente la lucha contra el ejército de Putin sino también terminar con el gobierno de Zelenski, que actúa como agente directo de la Otan. La izquierda debe llamar a luchar contra la guerra y contra los gobiernos que la llevan adelante, por medio de la unidad internacional de los trabajadores, en primer lugar, de Ucrania y de Rusia, por la caída de sus respectivos gobiernos y por gobiernos de trabajadores. Es necesario, a su vez, desenvolver una enérgica campaña internacional contra la escalada armamentista de las principales potencias, que ha puesto objetivamente en la agenda la cuestión de una nueva guerra mundial.

No se trata de levantar posiciones pacifistas y/o de desarme abstractas. En Alemania hay que plantear la derogación del presupuesto de 100 mil millones de euros extras para el presupuesto militar. Y así en todos los países. El retiro de todas las bases de la Otan en cada país, la ruptura con la Otan y con el FMI. El no pago de las deudas externas que obligan a “ajustes” de ataque contra los trabajadores y sirven se usan para financiar la guerra de la Otan. Hay que exigir el levantamiento de todas las sanciones económicas y bloqueos contra Rusia, China, Irán, Venezuela, Afganistán y demás países agredidos por el imperialismo.

La guerra como tal y más aún la perspectiva de una guerra mundial, de un modo general, han estado ausentes en gran parte de los análisis internacionales de la izquierda. En la Conferencia Latinoamericana que se realizó en el 2020 entre más de 50 organizaciones y partidos de izquierda, la UIT rechazó, explícitamente, la perspectiva de guerra, señalando la vigencia del “acople” entre los EE.UU. y China. No se trata solo de insuficiencia o errores de caracterización por parte de la izquierda democratizante (sobre si Rusia es o no una potencia imperialista, etc.), sino que vehiculizan y se adaptan a la presión del imperialismo sobre el campo del “progresismo” y la izquierda (como sucedió en los inicios del proceso abierto de restauración capitalista con la “glasnost”, etc.).

La guerra es la corroboración más contundente del carácter catastrófico de la época, opuestas a las caracterizaciones que la mayoría de la izquierda vienen levantando, mientras tildan despreciativamente de catastrofistas a quienes reivindicamos esta postura. Lo que ha predominado es una visión sesgada de la crisis capitalista, amputando su alcance y envergadura, ignorando o relegando a un segundo plano el carácter explosivo que encierran las contradicciones capitalistas y la tendencia inevitable del capitalismo a resolverlas a través del uso de la fuerza. La catástrofe capitalista abre las puertas a las guerras, pero también a la revolución social. Lejos de abrirse paso un sendero de estabilidad, lo que tenemos por delante es un periodo convulsivo, proclive a la creación de situaciones revolucionarias. Esto pone a la orden del día la creación de partidos de combate que sean una herramienta para intervenir en todas las facetas de la lucha de clases y que apunte a transformar la clase obrera en alternativa de poder. Un camino distinto y opuesto a la política vigente en la izquierda en la que ha prosperado el movimientismo, o sea partidos amplios y formaciones políticas difusas en que se borran las fronteras de clase. “En oposición a la proyección de meros referentes o figuras electorales, impulsamos la formación de los cuadros políticos de la clase obrera. En oposición a la edición de meros informativos de izquierda, impulsamos la puesta en pie de órganos políticos de partido, que sean el instrumento para desenvolver la agitación y propaganda revolucionaria. La próxima etapa reclama una lucha de partido –es decir, una lucha que debe ser desenvuelta por medio de la agitación, la propaganda y organización de la vanguardia obrera y juvenil” (“Un programa y una estrategia revolucionaria para la intervención en América Latina y los Estados Unidos”).

Estas premisas extraídas de la contribución que presentó el Partido Obrero junto a varias otras organizaciones latinoamericanas en la Conferencia Latinoamericana conservan toda su vigencia.

Somos conscientes de los escollos y dificultades con que nos tropezamos. No hemos permanecido inmunes al impacto de la crisis de la izquierda en nuestras propias filas. La crisis de la CRCI fue analizada y caracterizada en nuestros congresos y materiales. Reivindicamos la resolución aprobada por el 27° Congreso (“La CRCI y la lucha por la Internacional Revolucionaria”). El reagrupamiento que logramos con motivo de la Conferencia Latinoamericana ha refluido. Las organizaciones que nos acompañaron no han logrado salir de la marginalidad y algunas de ellas han abandonado el campo de independencia de clase. No han estado exentos de las presiones del nacionalismo burgués, de la centroizquierda y de un modo general la presión que ejerce el Estado capitalista.

Somos conscientes de estos límites, pero al mismo tiempo, de las oportunidades y potencialidades de la situación. El mismo método con que estamos interviniendo en nuestras propias fronteras (frente único, acción directa, independencia de clase y en ese marco, el debate franco y una clarificación y delimitación de posiciones) lo replicaremos en la labor y acción internacional en la etapa que se abre en vistas a un reagrupamiento de fuerzas de carácter revolucionario, o sea, la refundación de la IV Internacional,

El XXVIII Congreso, tanto sus deliberaciones previas como la instancia misma del Congreso, es un campo para desenvolver esta tarea en la que apostamos interesar a la vanguardia obrera y juvenil del país e involucrar a corrientes y tendencias de América Latina y a escala internacional, con las cuales venimos teniendo un intercambio y tomando iniciativas políticas en común.

Aprobado por el Comité Nacional del Partido Obrero el 21/5/22

.