Venezuela: una crisis enorme de poder y del Estado


La confirmación de que la oposición ha obtenido el 66% de los escaños de la Asamblea Nacional ha creado, en Venezuela, un impasse político insuperable. Esta mayoría doblemente calificada otorga al Parlamento la facultad de neutralizar la acción del Poder Ejecutivo e incluso de proceder, a término, a su destitución. Se ha creado una suerte de doble poder en el marco de una crisis económica de características catastróficas. Las manipulaciones electorales del oficialismo para conseguir un empate parlamentario potenciaron a la oposición derechista, que ganó en las circunscripciones sobre representadas por la reforma electoral.


El chavismo ha respondido a este impasse excepcional duplicando las apuestas, puesto que se ha apresurado a anunciar que no otorgaría una amnistía a los presos con condena judicial firme que pertenecen a la oposición, algo que haría en menos de un mes el nuevo poder legislativo. La oposición, por su lado, ha ofrecido al gobierno la ejecución de un plan que haga frente al derrumbe económico – un planteo maniobrero que no tiene viabilidad, uno, porque implicaría un ajuste violento que el oficialismo no tiene condiciones de aguantar, y, dos, porque chocaría en forma violenta con el entramado de la burocracia chavista con los negocios del Estado. Los resultados extraordinarios de las elecciones limitan seriamente una solución militar al impasse que se ha creado: no sería viable si no transfiere el gobierno a la oposición triunfante – por ejemplo convocando a elecciones ejecutivas inmediatas.


El sector mayoritario de la oposición tiene conciencia de que este impasse podría desembocar en una explosión social y política que no desea de ninguna manera. Por eso ha caracterizado a su victoria como un “voto castigo”, lo cual implica que no adjudica al voto que ha obtenido un mandato para que se postule como alternativa política inmediata al chavismo y al Ejecutivo. El líder opositor Henrique Capriles ha reiterado, en esta línea, el reclamo de que “el gobierno cambie”, esto para evitar “cambiar el gobierno”. La fracción de opositores que encabezan el encarcelado Leopoldo López y María Corina Machado plantea pasar a la vía de los hechos. En los actos de celebración de la victoria electoral, unos y otros marcharon separados. La fractura del Estado que han dejado al desnudo los resultados electorales incorpora la división dentro del oficialismo y dentro de la oposición. La llamada ‘comunidad internacional’ presiona por una ‘salida dialogada’, precisamente porque teme una explosión social, con total conciencia de que es inviable y que tendrá que encauzar una situación con implicancias revolucionarias.


La evolución de los acontecimientos en Venezuela muestra las limitaciones e incluso la falacia de que América Latina estaría atravesando “un cambio de ciclo” – del ‘populismo’ al ascenso de ‘una derecha moderna’, o directamente al ‘ascenso de la derecha’, como asegura una izquierda políticamente inestable. El mundo giraría, así, entre dos polos, cuyo centro de gravedad sería la vigencia del capitalismo; las tentativas nacionalistas son tomadas como el equivalente a una revolución social. Venezuela, por el contrario, deja expuesta otra cuestión: la crisis e incluso la inviabilidad del Estado realmente existente y de las relaciones sociales capitalistas. El chavismo fue una respuesta a las situaciones revolucionarias potenciales que planteó el caracazo de 1989, que al dejar al desnudo sus limitaciones insalvables devuelve al país a sus condiciones iniciales pero con la proyección superior que supone el agotamiento de esta experiencia y la crisis capitalista mundial. Una restauración al ‘status quo ante’ amenaza desatar una crisis revolucionaria superior a las del pasado. De lo que se trata ahora es de ofrecer una línea de acción a los trabajadores frente a estas nuevas circunstancias históricas. El izquierdismo inestable (centrismo) propone, en cambio, el seguidismo al chavismo o al kirchnerismo cuando las limitaciones de estos movimientos circunstanciales e improvisados han alcanzado la estación terminal.


La crisis que se ha abierto en Venezuela incorpora a América Latina en la crisis internacional en curso. La bancarrota del chavismo como el de sus asociados en el continente está vinculada al derrumbe del precio de las materias primas – ella misma relacionada con la velocidad que ha adquirido la crisis capitalista en China, a su vez afectada por la profundización de la bancarrota mundial. No hay ‘restauración’ que ponga remedio a esta situación – simplemente la puede convertir en explosiva. El alcance del chavismo acompaña la curva del precio internacional del petróleo. La crisis desatada por las elecciones desatará una nueva pugna por el petróleo venezolano – una réplica de lo que ocurre en el Medio Oriente. El destino de Pdvsa y el desarrollo productivo del Orinoco replicará lo que ocurre con Petrobrás. La asociación de Pdvsa con capitales europeos y chinos ha sido inútil para desarrollar productivamente las reservas del país; ahora volverán a la pelea los capitales norteamericanos. El derrumbe del chavismo convertirá a Venezuela y a América Latina en campo orégano de la disputa por nuevos repartos de recursos y territorios entre las potencias capitalistas.


Lo ocurrido en Venezuela podría afectar las negociaciones de Colombia con las Farc, y por sobre todo el alcance de lo que se acuerde. La mitad de la oposición venezolana es uribista. El gobierno Obama acaba de reforzar con el presidente Santos el Plan Colombia y el desarrollo de las bases militares. También afecta la llamada ‘normalización’ de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Se trata de que la izquierda caracterice en forma adecuada la fractura de estas supuestas alternativas para alcanzar la ‘estabilidad’ internacional y oriente con un programa y una organización a los obreros y campesinos. Cuando Capriles habla de ‘voto castigo’ está reconociendo que el electorado no ha asumido posiciones derechistas sino que ha reaccionado empíricamente, debido a una falta de preparación política previa, a una situación política y económica desesperante. Las masas pagan el seguidismo de sus direcciones al nacionalismo. Esto ha ocurrido también en Argentina, donde Scioli y Macri obtuvieron para sus listas solamente un tercio de los votos, respectivamente, y aun estos como votos en contra más que a favor.


En Venezuela (como también en Brasil, Argentina o Ecuador y Bolivia) hay un movimiento obrero clasista importante. Se encuentra, sin embargo, en una encrucijada, porque en nombre de una ‘lucha contra la derecha’ podría renunciar a una acción política independiente, como en gran parte ha ocurrido hasta ahora. Las distintas expresiones del nacionalismo de contenido burgués de esta etapa han entrado en declinación irreversible. La vanguardia de ese movimiento obrero clasista debe caracterizar adecuadamente el momento actual: fractura del Estado y la economía capitalista y una tendencia a la explosión social o situaciones pre-revolucionarias. La consigna del día es convocar a ese movimiento obrero a formar partidos obreros independientes y a introducir el tercer factor político consciente en la crisis enorme que se ha abierto.


Jorge Altamira

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