Estamos ingresando en un nuevo escenario mundial, signado por la irrupción de grandes levantamientos populares. Esta onda ascendente tiene sus expresiones, con sus particularidades, en Medio Oriente, en Europa y en Asia. América Latina, por su parte, ha pasado a ser uno de los epicentros de este proceso. Chile es, sin dudas, la expresión más álgida de este fenómeno, al que se han sumado también los trabajadores y el pueblo colombiano. Y la lucha de las masas en Bolivia contra el golpe reaccionario, han estremecido a todo el continente.
Estos levantamientos son inseparables de la bancarrota capitalista, que viene haciendo su trabajo implacable de topo y cuyos efectos devastadores se hacen sentir sobre las masas, que reaccionan y ganan las calles para enfrentar brutales planes de ajuste y austeridad.
La economía mundial avanza a una recesión, que es lo que se pretendió evitar apelando al rescate de los Estados. Los síntomas de una debacle financiera, como la que se precipitó en 2008, están a flor de piel. Como telón de fondo, está la crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales que se extiende tanto en la producción industrial, incluida las industrias de punta como la que produce las materias primas. Las tendencias deflacionarias hoy reinantes traducen la declinación en los niveles de rentabilidad., que está en la base de la huelga de inversiones.
La capacidad de hacer frente a la perspectiva de una recesión es sensiblemente inferior a la de diez años atrás. Los recursos de los estados para rescatar el capital se han ido agotando. El impasse capitalista es lo que está en la base de la intensificación de las guerras comerciales Y, a su turno, es el caldo de cultivo para la intensificación de las escaladas y conflictos bélicos, o sea, de la guerra misma.
Desde el punto de vista político, estamos frente un escenario de extrema volatilidad. Desde el Partido Obrero, salimos tempranamente al cruce del impresionismo de quienes, incluso en el campo de la izquierda, estaban encandilados por un auge de la derecha. Asistimos a una creciente polarización surcada por rebeliones, crisis políticas, guerras y golpes de Estado, donde la confrontación entre revolución y contrarrevolución se está abriendo paso.
América Latina
La bancarrota capitalista ha golpeado de lleno a América Latina. Esto es consecuencia directa de la caída de los precios de las materias primas que constituye el grueso de las exportaciones latinoamericanas; de la recesión y del freno del comercio mundial, agravado por las guerras económicas entre EEUU y la Unión Europea y China; del encarecimiento del crédito y las fugas de capitales hacia las metrópolis imperialistas. Y sobre ello, el peso agobiante de las deudas externas, que constituyen un mecanismo de opresión nacional y confiscación popular.
Brasil se encuentra asediado por la magnitud de su deuda pública. Esta, junto a su déficit fiscal y la “inestabilidad política” de la región derivó en una devaluación del real, que ha llegado a su mayor depreciación desde 1994. Al gigante latinoamericano se le estrechan sus fuentes de financiamiento y se profundiza la fuga de capitales. El fascista Bolsonaro, a pesar de haber logrado imponer la reforma previsional, ha debido poner en el frízer su nuevo paquete de reformas económicas por miedo al contagio de las rebeliones latinoamericanas.
Chile, considerado “un oasis” y como el “modelo” a imitar no ha escapado tampoco a los coletazos de la crisis mundial: la caída de los precios del cobre, desaceleración de su economía, fenomenal peso del pago de los intereses de la deuda externa. El gobierno del colombiano Duque, en pos de apuntalar la tasa de beneficio empresarial, ha intentado asentarse en el poder por medio de un plan de reformas ajustadoras: una reforma laboral que instituye la contratación por horas, la elevación de la edad jubilatoria, la formación de un holding financiero con empresas estatales, la privatización de Ecopetrol, y la regimentación de la protesta social.
De conjunto, los acontecimientos en América Latina ponen de relieve la incompatibilidad entre el sometimiento del FMI y la satisfacción de las necesidades populares. La expectativa que abriga el nuevo gobierno de Fernández en la Argentina de llevar adelante una reestructuración de deuda en la cual el FMI aceptaría extender plazos de pagos sin poner condiciones draconianas, se ha revelado infundada. Su discurso basado en repetir la experiencia de Néstor Kirchner del 2003 carece de una base “realista”, porque la situación de la economía mundial y en particular su impacto en los países periféricos es diametralmente diferente.
Las rebeliones en curso son una bocanada de aire fresco para derrotar los ajustes en curso y ponen al rojo vivo la necesidad de una reorganización integral de la región sobre nuevas bases sociales. La lucha por la expulsión del FMI, para que la crisis la paguen los capitalistas, por el no pago de las deudas externas; por la nacionalización del sistema bancario y el comercio exterior, sin indemnización y bajo control obrero, para terminar con las devaluaciones y la fuga de capitales y poner los recursos al servicio de un plan de industrialización y la satisfacción de las necesidades apremiante del pueblo, tienen vigencia en toda América Latina. Esta tarea está reservada a los trabajadores, que la deberán tomar en sus manos como parte de una transformación social de sus países bajo su conducción política.
Importa señalar que los ajustes de cuño fondomonetaristas, ya sea con el acuerdo formal o no del FMI, no sólo han sido llevados adelante por gobiernos que se reclaman derechistas -como los de Piñera en Chile, Duque en Colombia, Macri en Argentina, o Bolsonaro en Brasil- sino también por los “nacionales y populares” y frente populistas, como los de Lenin Moreno en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, el Frente Amplio en Uruguay y el sandinista Ortega en Nicaragua. Esto habla de las limitaciones insalvables del nacionalismo burgués y del progresismo centroizquierdista para proceder a una emancipación nacional y social de los países latinoamericanos. Sus ataduras de clase los vuelve impotentes para dar una respuesta y una salida frente a las tendencias dislocadoras de la bancarrota capitalista, y terminan cediendo a las presiones y a la extorsión del capital financiero. Esto conduce a una desorganización y descalabro económico, a penurias inauditas para las masas y abre paso o pavimenta el camino a la reacción derechista.
El carácter reaccionario y proimperialista de la ofensiva golpista en Venezuela, emprendida por la oposición de los Guaido y el imperialismo yanqui, no exime a los revolucionarios de balancear la experiencia chavista. Quien supo ser la expresión más radical del nacionalismo latinoamericano, arrogándose incluso la bandera del “socialismo del siglo XXI”, carga con sus propias responsabilidades por la crisis venezolana. Con el derrumbe de los precios de las materias primas, el estatismo capitalista mostró todas sus limitaciones, y el régimen chavista trocó de un régimen plebiscitario a un régimen de facto, lo que terminó por acicatear la ofensiva de la reacción política.
La integración latinoamericana, que tenía como abanderados al nacionalismo y progresismo latinoamericano ha terminado en un fracaso. Ni que hablar de los proyectos más ambiciosos, como el Unasur. El Mercosur no pasó de ser una integración de los monopolios radicados en la región, con intereses e inversiones en los países miembros. Hoy asistimos a su desmoronamiento, con tensiones comerciales y monetarias cada vez más elevadas y hasta la amenaza de su ruptura, en momentos en que se abren paso las tratativas por tratados de libre comercio con EEUU y Europa. A los crecientes enfrentamientos y rivalidades entre las naciones latinoamericanas, le oponemos una acción común entre los pueblos del continente contra el imperialismo y sus agentes locales, la lucha por gobiernos de trabajadores y la unidad socialista de América Latina.
Derrotar al golpe en Bolivia. Por el triunfo de las rebeliones populares
En medio del fragor de la lucha, estamos asistiendo a un operativo por desactivar la rebelión latinoamericana en curso. La “salida” consensuada por el MAS con el nuevo gobierno golpista está en contradicción con la heroica resistencia popular que trata de abrirse paso para enfrentarlo. Evo Morales ya anticipó esa línea de acción al decidir renunciar sin promover una rebelión, en nombre de evitar un "derramamiento de sangre". Lejos de evitarlo, como lo han demostrado otras experiencias en el pasado, ha dado pie a que se desarrollara con más saña. La reunión del Grupo Puebla, realizada en Buenos Aires hace solo unos días, se limitó a emitir comunicados de lamento, sin llamar nunca a las masas a la acción. Para estos políticos el golpismo oligárquico es un mal menor en relación al mal mayor que representa la acción histórica independiente de las masas explotadas.
El “Acuerdo por la Paz” en Chile, rubricado por toda la oposición, apunta a un salvataje del gobierno de Piñera y a sacar a las masas de la calle. Denunciamos la reforma constitucional que se está cocinando y la asamblea constituyente amañada emanada de ese pacto. Llamamos a reforzar la lucha para que se vaya Piñera mediante el impulso de una huelga general indefinida y la convocatoria, por parte de las organizaciones de las masas en lucha, de una Asamblea Constituyente libre y soberana, que discuta y tome en sus manos la reorganización integral del país sobre nuevas bases sociales. En la misma línea de rescate se anota la “mesa de diálogo” que impulsa Duque en Colombia. En oposición a esta trampa, se hace necesaria la formación de asambleas populares y la profundización de las medidas de lucha hacia la huelga general que derrote al gobierno ajustador y proimperialista.
Los resultados que arrojen los combates que se libran en las calles de La Paz, en Santiago, en Bogotá serán determinantes para la situación de toda América Latina. Va a ser determinante para derrotar las reformas laborales y previsionales que se están implementando y las que están en carpeta. Estamos en presencia de una ofensiva estratégica, pues la clase capitalista pretende imponer un retroceso histórico de las condiciones de vida de las masas.
En oposición a estos planes, planteamos la lucha por un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar; una jubilación equivalente al 82% del salario del trabajador en actividad; derecho al convenio colectivo de trabajo; control obrero de los procesos de trabajo; fin a la desocupación, por el reparto de las horas de trabajo sin reducción salarial.
América Latina es también el escenario de una pelea de buitres por adueñarse de las grandes riquezas. Tras del golpe boliviano, está la disputa por quien se queda con el litio, del cual el país del Altiplano posee el 70 por ciento de las reservas. Del mismo modo, está en juego quien se queda con el petróleo, el gas y los minerales. La guerra comercial entre EEUU y China ha desembarcado con fuerza en nuestro continente. Rechazamos esta competencia ruinosa que refuerza la condición neocolonial de la región, y le oponemos la nacionalización sin indemnización del petróleo y el gas, el conjunto de la actividad minera y de los recursos naturales, bajo control obrero, para colocarlos al servicio de un desarrollo independiente y de las necesidades populares.
El atropello, la violencia y la saña contra las comunidades indígenas refleja el odio y prejuicios de clase ancestral de las clases acomodadas contra los sectores más humildes y postergados. Pero el racismo actual, asimismo, tiene un contenido específico y está asociado a la concentración de la tierra y la expulsión de los campesinos y las poblaciones aborígenes que la habitan al servicio de una depredación sin precedentes. Detrás del golpe de Bolivia están los sojeros de la medialuna occidental, fuertemente entrelazados económicamente con los hacendados brasileños que vienen llevando adelante el desmonte y la desforestación de la región a niveles récord. Por la defensa del Amazonas brasileño, boliviano y venezolano, la Patagonia y los Andes de la depredación capitalista: defensa de los derechos de las comunidades indígenas, control obrero-popular de los emprendimientos mineros, petroleros y agropecuarios. Apoyo a las luchas campesinas contra la expulsión por los latifundistas y el capital financiero. Por la expropiación del capital agrario y la nacionalización de la tierra, y su cesión a los trabajadores del campo y a los pequeños productores para que la trabajen.
Derrotar el golpe en Bolivia significa también un golpe a las Iglesias, católica como evangélicas, que vienen jugando un papel activo en los preparativos y en el sostenimiento del golpe. Al igual que los viejos conquistadores, los golpistas han consumado esta conspiración enarbolando la biblia y la cruz. Bolivia desnuda como nunca al clericalismo, en sus diversas variantes, como un bastión de la reacción, del mismo que los tiene como enemigos número uno de los derechos de la mujer, encabezando en todos los rincones del continente las cruzadas contra el derecho al aborto, la educación sexual y cualquier otra reivindicación democrática. Frente a este escenario, llamamos a impulsar la movilización por la separación de la Iglesia y el Estado; por el derecho a la educación sexual integral, la anticoncepción gratuita y la legalización del aborto; por el derecho a la maternidad, subsidios a la mujer embarazada hasta el tercer año de crianza; por la organización independiente de la mujer para luchar contra la violencia social y estatal.
No se nos puede escapar que en los acontecimientos en desarrollo van a tener incidencia en los planes de militarización en marcha. Bolivia es el laboratorio de una escalada que va dirigida contra Venezuela, Nicaragua y Cuba. La derrota del golpe sería un mazazo en primer lugar contra Bolsonaro, y sus ambiciones de armar un régimen fascista, aunque cada vez se encuentra más en aprietos para avanzar en sus proyectos. Y sería también un golpe a todos las tendencias a la bolsonarización que existen la interior de los Estados latinoamericanos y, más de conjunto, al reforzamiento del aparato represivo y la criminalización de la protesta social que se viene constatando en el continente. Ante este escenario, planteamos: frente único de las organizaciones de trabajadores para luchar contra el fascismo y el desarme de los ‘grupos de tareas’ y ‘escuadrones de la muerte’, mediante la acción directa y la organización. Juicio y castigo a todos los responsables políticos y materiales de los asesinatos de luchadores en Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia. Fuera las bases militares extranjeras de América Latina. Abajo la militarización de la lucha contra el narcotráfico; derogación de todas las leyes represivas. Fuera el ejército de Río y las favelas, de La Paz y de Bogotá; disolución de los escuadrones de la muerte y parapoliciales, esclarecimiento del asesinato de Marielle Franco. Absolución de Daniel Ruiz y Cesar Arakaki, luchadores obreros y militantes de la izquierda revolucionaria, enjuiciados por luchar contra la reforma jubilatoria en Argentina.
Por la defensa de la independencia de clase
La política de colaboración de clases se ha revelado como un escollo central para conducir la lucha de los trabajadores y las masas a una victoria. La izquierda latinoamericana mayoritariamente ha terminado siendo arrastrada como furgón de cola de esta política. Ha hecho un seguidismo al PT brasilero, como es el caso del PSOL, al nacionalismo bolivariano o terminado haciendo causa común con la derecha en nombre de la democracia.
Una de las pocas excepciones es la experiencia recorrida por el Frente de Izquierda. Rescatamos al FIT, y ahora al FIT-U, como un campo de independencia de clase que contrasta con el escenario reinante. El punto de partida y la base de desarrollo del FIT ha sido una demarcación con el nacionalismo burgués y los partidos patronales y en especial con la gestión kirchnerista. No se nos escapan, sin embargo, las contradicciones y los límites del mismo: se ha circunscripto, prácticamente, a una intervención meramente electoral. Nuestro esfuerzo y nuestra política están dirigidos a ampliar el horizonte de acción del FIT-U a todos los terrenos de la lucha de clases.
En oposición a la política funesta de colaboración de clases, al sacrificio de la lucha revolucionaria en pos de la obtención de escaños parlamentarios y al movimientismo, reivindicamos el método de la lucha de clases y, sobre esta base, llamamos a la izquierda que se reivindica clasista y al movimiento obrero combativo a convocar una Conferencia Latinoamericana con la finalidad de forjar un polo de independencia política a escala de todo el continente.
Este llamado está dirigido en especial a los partidos que integran el FIT-U, a quienes les proponemos que tomemos resueltamente la iniciativa.
El reagrupamiento de fuerzas que proponemos está al servicio de impulsar las rebeliones actuales para llevarlas a la victoria, cuya suerte está más que nunca atada a la independencia política que logren conquistar los movimientos de lucha que están al frente de este proceso. El reagrupamiento de fuerzas que planteamos apunta a colaborar con el esfuerzo que vienen realizando los trabajadores que están desafiando la contención y los pactos que se están cocinando a sus espaldas.
Ante el complot de los gobiernos de la región en favor del golpe en Bolivia, es necesario oponerle la acción coordinada de los trabajadores, los campesinos y la juventud de América Latina. Llamamos a impulsar la lucha por una acción huelguística unificada de la CGT de la Argentina, la CUT de Brasil, la PIT CNT de Uruguay, la CUT de Chile y el resto de las centrales obreras y organizaciones populares de América Latina.
Un aspecto fundamental que pone al rojo vivo las grandes rebeliones en curso es la cuestión decisiva de la dirección del movimiento obrero.
La batalla por recuperar las organizaciones de masas, en primer lugar los sindicatos, expulsando a las burocracias entreguistas reviste un carácter estratégico. Esto plantea alentar en el propio curso de las irrupciones populares todo tipo de organismos (comités de huelga, etc.) que permitan coordinar la lucha y llevarla al triunfo. El escenario convulsivo de Latinoamérica le otorga especial vigencia al llamado congresos de delegados de base de los sindicatos y de las masas que luchan, lo que va unido a la batalla por una nueva dirección clasista en el movimiento obrero. El Congreso de bases apunta a que la clase obrera emerja como un factor independiente en la crisis y se catapulte como alternativa de poder. El equilibrio y la conciliación de intereses entre el capital y los trabajadores, que pregona el nacionalismo burgués y el centroizquierda, no es más que una utopía reaccionaria, que apunta a entrampar a los trabajadores como furgón de cola de la burguesía. En oposición a eso, planteamos la lucha por una salida anticapitalista y una transformación integral del continente bajo la dirección de la clase obrera.
Resumiendo, hacemos un llamado a las organizaciones nucleadas en el FIT-U y a todas las corrientes de la izquierda revolucionaria, como el PSTU de Brasil, y al movimiento obrero combativo, a la convocatoria en común de una Conferencia latinoamericana sobre la base de la defensa de la independencia de clase; la denuncia y delimitación con los frentes y la política de colaboración de clases y por la victoria de las rebeliones en curso mediante el impulso de la acción directa y la huelga general y poner fin a los gobiernos ajustadores y su sustitución por gobiernos surgidos de las masas en lucha. Llamamos a reivindicar y luchar por gobiernos de trabajadores y la unidad socialista de América Latina.
La lucha contra el golpe de estado en Bolivia y por la victoria de las rebeliones en América latina plantea el desafío de derrotar al ajuste y a los ajustadores capitalistas y sus gobiernos en cada uno de nuestros países. La derrota de ellos es la mejor forma de contribuir a la lucha que tenemos planteada.